img_20160630_100159_1.jpg
img_20160630_100159_1.jpg

Dejar de hacerse joven es perder la ilusión por las cosas nuevas, las ganas de divertirse y  empezar a sentir molestia por el jolgorio y el bullicio.

21 de septiembre de 2002, una extraña luz surca los cielos de todo el país, abduciendo, a su paso, todos los bancos. Los de madera, los pesados de piedra, incluso llevándose cualquier atisbo de asiento rudimentario. De la noche a la mañana, la nación se ve desprovista de un lugar para depositar sus humildes posaderas. Dentro de las urbanizaciones y de algunos parques, bancos irreductibles han sobrevivido, pero recuerdan, con añoranza, a todos sus compañeros perdidos durante la gran siega de bancos. Ningún periódico publicó esta noticia, ninguno, porque es mentira.

La luz no se llevó los bancos, lo que se llevó fue la juventud de algunos. Llega un momento en la vida, no a todos por suerte, en el que dejas de hacerte joven, que no es lo mismo que envejecer. Dejar de hacerse joven es perder la ilusión por las cosas nuevas, las ganas de divertirse y  empezar a sentir molestia por el jolgorio y el bullicio. Dejar de hacerse joven es volverse un amargado. Muchos de estos amargados deciden que los jóvenes y los niños molestan, que los menores de cierta edad no pueden ser civilizados y que la única manera de domesticarlos es prohibirles cosas que van en su naturaleza. Ahora entenderéis lo de los bancos. Llevo unos años observando como puntos de reunión de jóvenes han sido desprovistos de sitios para sentarse, ya sea eliminando bancos o convirtiendo los poyetes (En Jerez es cualquier cosa improvisada para sentarse o apoyarse. Ojo que la R.A.E. lo acepta) en un pico impracticable. Es una guerra sucia de los que ya se olvidaron de cuando no peinaban canas. Un grupo de cinco adolescentes puede armar un gran escándalo y no tienen que molestar al vecindario. Nuestro deber es educar y enseñar, no prohibir.

Puede parecer una tontería pero con pequeños gestos como ese, echamos a los jóvenes de la calle. Al igual que nos empeñamos en colocar carteles por todos lados de “Prohibido jugar a la pelota”, luego nos quejaremos de que los niños ya no juegan en el barrio, ¡si los echamos de todos lados! Yo digo: ¿hay algo más bonito que una cartel prohibiendo jugar a la pelota rodeado de marcas de balón? Hay cierto guiño de rebeldía, no sé si estará bien pero me provoca una gran sonrisa. Las paredes llevan los balonazos en el sueldo. Puede que porque con 31 años ya tuviera tres hijos o porque tengo la infancia muy fresca, todavía no he dejado de hacerme joven y me alegro mucho.

No podemos pretender que todo esté perfecto, está claro que hay que enseñar a los niños y a los jóvenes a respetar, pero donde hay juventud hay ruido, hay desorden, hay nerviosismo, ¡hay alegría! Hago un llamamiento a todos aquellos que piensan que toda su vida han tenido más de 50 años, o a los que tienen 35 y actúan como un cascarrabias: tú también jugaste, ensuciaste y molestaste. Encárgate de poner ciertos límites para vivir en armonía, pero no cortes las alas a la vida rebosante de los jóvenes y los niños. Y ENTREGA LOS BANCOS CON LAS MANOS EN ALTO.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído