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Hay escenarios de la infancia que no se olvidan y la Feria de Jerez es uno de ellos. Pero en la feria de mi niñez no había montañas rusas ni sofisticadas atracciones. Sólo tontorrones cacharritos y crueles barracas de monstruos que hubiesen inspirado a  David Lynch alguna escena de El hombre elefante. Parece que estoy viendo a la  vaca juanita, que tenía siete patas; o a las hermanas colombinas, dos gemelas que debían pesar 300 kilos y cuyas piernas rollizas y rostros espantados aún recuerdo. También tengo en mi memoria al hombre más alto del mundo, que iba acompañado del más pequeño; a mujeres serpientes, jorobados acróbatas y a osos que rugían y bailaban al son de un tambor mientras su dueño pasaba el plato con un mono al hombro. Sí, la feria de mi infancia tenía una mágica crueldad que ahora nos horrorizaría, aunque soportemos a diario otras crueldades con amparo legal.

De todas formas aún quedan referencias de aquellas ferias, como el retratista que te inmortaliza con la guitarrista entre geranios o a los lomos de un caballito de cartón, o el kiosco de los algodones dulces. Pero la estampa más genuina de las que aún perduran es la de esos aspirantes a señoritos jerezanos, bien maqueados y lustrados de brillantina, que saben otear el horizonte del real y empercharse  en la reunión adecuada para  gorronear media de La Ina y un plato de jamón... Eso sí, esta feria, aunque conserve su rescoldo señoritingo, es más participativa y menos excluyente que aquellas que aun echan de menos muchos apellidos dobles de la ciudad.

El alcalde democratizó la feria, le dio esplendor y proyección, pero la democracia nos trajo una corte de personajes que van y vienen por el real haciendo el paseíllo con asesores, periodistas y guardaespaldas. Ya saben, desde concejal raso, a ministro,  pasando por todo el escalafón de cargos provinciales, autonómicos y estatales. Este año tendrán que ampliar el dispositivo para regular el tráfico político por el González Hontoria, pues las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina y, entre langostino langostino, y sin soltar el catavino, se puede arrancar más de un voto... ¿Qué no, Cañete...? ¡Anda que no...!

Lo que me extraña es que a los avezados organizadores de la Feria del Caballo no hayan reparado en la posibilidad de recuperar el Espectáculo Cómico de "El Bombero torero" y sus valientes enanitos. Hubiese  sido una oportunidad de volver a ser "pioneros", como ya lo fuimos con la master class impartida a más de mil escolares jerezanos por el maestro Padilla: ese hombre cuyo rostro esperpéntico, parcialmente ensombrecido por su valor y su hambre de gloria, es el cartel anunciador de  la gran Feria Taurina jerezana. (Por cierto, no sé si el Fiscal de Menores habrá abierto ya un expediente informativo en relación a ese evento, por si se lesionaron derechos de los niños y las niñas recogidos en convenciones intencionales suscritas por el Estado español. Si no lo ha hecho ya está tardando).

Afortunadamente la sociedad avanza en la erradicación de tradiciones bárbaras y la ética social se abre paso protegiendo los derechos de quienes son distintos, de tal manera que ya no es posible hacer divertimento y negocio de la desgracia ajena como se hacía en las ferias de mi infancia. Pero, en aras a favorecer el espectáculo y el esplendor de esta cita de primavera, por qué no pedirles a todos los políticos que vengan este año acompañados de sus mejores corruptos y corruptas... Sería impagable la galería de monstruos y de monstruas  que se podrían exhibir en la calle del infierno con trajes de Armani, ellos; y bolsos de Louis Vuitton, ellas.

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