La época de la política bisagra

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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Bajo el falso paraguas del término “constitucionalista” subyace un objetivo común: que la crisis de régimen pase sin llevarse ni a nadie ni a nada de por medio. 

Año nuevo, vida nueva. O eso dicen. En lo político, 2018 no va a traer nada nuevo, sino parece que más de lo mismo y, por si fuera poco, reforzado. Los resultados de las últimas elecciones catalanas vienen a confirmar el estatus de Ciudadanos como partido bisagra. La campaña de marketing que realizó la formación naranja durante la campaña electoral de los comicios del 21D fue avasalladora no solo en términos cuantitativos sino en sus apoyos nacionales y en su ofensivo mensaje, con astutos pero lamentables lemas como “Ara sí, votarem”.

Que Ciudadanos se postule como partido bisagra no es nada nuevo. De hecho, desde su nacimiento en el resto de España —recordemos que en Cataluña nació en 2006—, ha pactado con PP o PSOE indistintamente, dependiendo de las circunstancias favorables en cada sitio —véase en Madrid con el PP de Cifuentes y en nuestra tierra con el PSOE de Díaz—. Esa doble vara de medir a la hora de tejer pactos es justificada por el partido de Albert Rivera como medio para la consecución de algunos de los puntos programáticos de la formación desde la oposición. Sin embargo, Ciudadanos apenas ha tocado poder desde su fundación. Y ahora en Cataluña hizo creer a la opinión pública que podría hacerlo. De hecho, el bloque españolista –prefiero llamar a las cosas por su nombre– le invita a presentarse pese no contar con mayoría en el Parlament. ¿Le convendría intentarlo?

Probablemente sí, al menos de cara a la galería. Pero no en la práctica. Ciudadanos crece comiéndole terreno tanto a PP como a PSOE. La constante proyección de Inés Arrimadas en el plano mediático durante las últimas semanas no es fruto de la casualidad, sino del interés de situar a Ciudadanos como falsa alternativa. Y lo hace con un discurso económico liberal, con una concepción centralista de España y con una indefinición en muchos temas que proporciona jugar cómodamente entre PP y PSOE. Pero nada más lejos de la realidad: Ciudadanos es la nueva derecha, con un estilo más europeo e incluso con los contras que ello conlleva –no podemos obviar hacia qué posiciones se inclina la política en la mayoría de los países europeos en los últimos años–.

Es por ello que Ciudadanos está muy bien situado a la hora de imposibilitar un verdadero cambio político hacia la izquierda en España, algo que podría haber sido una realidad hace tan sólo un par de años. Y a la hora de preservar toda la estructura establecida por el régimen del 78. Su posición es privilegiada si tenemos en cuenta, además, las contradicciones de un PSOE que en el más grande de sus cortijos –Andalucía– no para de reivindicar a Andalucía como sujeto en el debate territorial mientras gobierna con el apoyo de una formación naranja que, según delata su discurso y sus actos, no cree ni siquiera en el actual Estado de las Autonomías.

Contradicciones propias de la época en la que ya vivimos y que este año se afianzarán como protagonistas: es la época de la política bisagra. Una estrategia política apoyada por la oligarquía y las élites económicas y sociales en la que el bipartidismo tradicional –PP y PSOE– recurrirá a Ciudadanos para preservar el mal llamado “orden constitucional”. Para ello, volveremos a ver en acción al circo mediático y con él a los payasos de la tele –mis disculpas y mi mayor respeto a los artistas de la farándula–. Olvidadas quedan aquellas alianzas que mantuvieron tanto a PP como PSOE en el poder a costa del nacionalismo catalán y/o vasco del que hoy reniegan. Olvidadas también las promesas de desalojar al PP del que se erigió –golpe en la mesa mediante– otra vez líder del PSOE. Olvidado todo mediante la posibilidad que brinda una populista pócima naranja.

Bajo el falso paraguas del término “constitucionalista” subyace un objetivo común: que la crisis de régimen pase sin llevarse ni a nadie ni a nada de por medio. Que la corrupción, el abandono de las políticas públicas, la miseria y la pobreza estructural de España parezcan ser cosa del pasado. En las izquierdas deberíamos interiorizar esta realidad para pasar a la acción. Todo se reagrupa y la oportunidad de cambio se nos escapa. Redefinamos qué, cómo y quiénes jugamos en este nuevo orden y apliquémoslo a la realidad política actual. El orden constitucional está bien atado y los que creíamos que podían jugar con nosotros no lo van a hacer si, como parece, no lo necesitan.

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