La casa del pueblo

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

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Ella. La que se define como hija de un fontanero y mujer de un tieso. La que manda recados sotto voce para que se calme el nene e invita a no mentir, pero siempre con cariño. La que no presenta su programa hasta cuatro días antes de la votación porque ¿qué importancia tendrá eso?; la que sabe bien lo que quiere el pueblo y está dispuesta a dárselo —nació para dárselo, me atrevería a decir. La que nunca ejerció su carrera ni trabajó jamás fuera del partido. La de Triana para el mundo y por la humanidad. Ella es así. Lo aprendió hace tiempo.

Hoy la tenemos más cerca que nunca y todos lo sabemos. Se presenta para mandar aunque probablemente desde hace tiempo no haya dejado de hacerlo. Ella, que concentra su andalucismo en el cuero de una pulsera y su socialismo en una abstención, nació para servir y proteger, como la policía de Los Ángeles en los años cincuenta. Se la ve tan deseosa de servirnos y a nosotros tan necesitados de su protección que sinceramente no comprendo cómo hemos podido sobrevivir sin ella tanto tiempo. Menos mal que los andaluces ya venimos saboreándola desde hace años para apreciar toda su valía en carne propia. Ella, que sostiene que por ser mujer las cosas nos irán mejor bajo su mano, dice haberlo aprendido todo en su Casa del Pueblo. En Triana. Ella que ha sido concejala, teniente de alcalde, diputada, secretaria de organización, senadora, consejera, secretaria general y presidenta —todo muy diverso como pueden ver— es ahora candidata. Siempre fue nombrada pero ahora, por primera vez, es una opción. Como mujer que camina sobre seguro, es de suponer que lo tendrá todo atado y bien atado. Lo averiguaremos el domingo.

Ella sabe dónde está la izquierda. Lo aprendió en su Casa del Pueblo. Sabe cómo situarse prudentemente en ella —o eso cree— y no se mueve salvo que lo mande el partido. Se marchará sin hacer ruido, anuncia, si no consigue su objetivo, mas parece bastante segura de lograrlo. Y eso que no está sola en la batalla. Como toda heroína clásica o moderna que se precie, necesita de sus villanos, y como en el hipermercado, dos siempre son mejor que uno: el pérfido presidente frustrado y el maléfico ex lehendakari. Estos advenedizos contrincantes son los que osan disputar el mando a la lideresa sureña. Si el primero la tilda de incoherente, el segundo la acusa de montar un duelo a dos en el que él no está invitado. Reproches de ida y vuelta entre los tres pétalos de una rosa desvaída. Y en el centro ella, la gran esperanza verdiblanca.

Abandonó su tierra para rescatar a los suyos —que somos todos los españoles— del maleficio pepero, aunque para ello tuviera que acceder a facilitar su gobierno. Son decisiones muy complejas que solo ella comprende pero que persiguen siempre nuestro bien. Los caminos del Señor son inescrutables y ella es católica. A veces un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer hasta que su destino sea revelado, nos enseñó el samurái postrero. Pues imagínense lo que tendrá que hacer una mujer para revelar su porvenir en política. Como mínimo, algunas cosas que no le gusten demasiado. Ella, como lideresa, lo sabe bien. Lo aprendió en su Casa del Pueblo.

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