Niños en una comunión. Foto: manufotografia.com
Niños en una comunión. Foto: manufotografia.com

Llega abril y comienza el jolgorio. Empieza la época de las comuniones elevadas a bodas en las que no falta detalle. Un dineral en catering, otro en actividades para los niños, otro destinado a un sinfín de regalos de precios prohibitivos… Por no hablar de lo que cuesta el look de los pequeños. Y como estas otras tantas historias que rodean a este día y que llegan a miles y miles de euros. Cada uno puede hacer con su dinero lo que quiera. Pero debería estar prohibido celebrar así las comuniones. De hecho debería estar prohibido que los niños comulguen a la edad en la que lo hacen si están rodeados de estas celebraciones.

¿Cuántos de los niños que comulgan cada año son conscientes de lo que implica este hecho? ¿Cuántos niños entienden que están recibiendo el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿Cuántos niños saben que se están implicando en una religión, en una forma de pensar, en una ideología? ¿Cuántos niños harían la comunión sin una posterior celebración y sin recibir regalos? Me atrevo a decir que un uno por ciento, no más. Solo estos deberían comulgar. Y hago hincapié en la palabra niños porque con once o doce años solo son eso.

Habría que plantear el hacer la primera comunión como una especie de obligación para estos pequeños. Obligación previa en cuanto a la catequesis. Pero también obligación posterior en cuanto a hechos como ir a misa cada semana o confesarse. Porque en la mayoría de casos la primera comunión se convierte en la única comunión o en la última comunión. A esto hay que añadir que la celebración debería ser la misa y nada más. Nada de invitar a cientos de personas, de tener castillos hinchables ni un catering repleto de chucherías. ¿Cuántos niños realizarían este sacramento si no les regalasen la videoconsola de turno, su primer teléfono móvil o el viaje a Disney? ¿Cuántos comulgarían si ese día solo implicase ir a misa y volver a casa?

Llevar a cabo este sacramento no está justificado por tradición familiar, ni porque los padres o los abuelos se ilusionen ante un día en el que su pequeño será protagonista. Tradición es otra cosa. Y la ilusión de los padres y abuelos tiene que quedar a un lado. Como en los programas de televisión. A algunos les gusta demasiado que sus críos sean protagonistas aunque no sepan lo que implica. Resulta sorprendente ver que hay artículos en periódicos digitales en los que dan recomendaciones a los padres para convencer a sus hijos de hacer la primera comunión en caso de que no quieran hacerla, o escuchar a abuelas muy disgustadas porque sus nietos no tendrán celebración y sus amiguitos sí. Lo paradójico es que por lo general los padres que más se empeñan en esto, cuando se trata de otros temas no dejan libertad a sus hijos para decidir y los creen demasiado pequeños hasta para hacer cosas de su edad. Y no hablemos del bautismo, donde el bebé no es consciente de que el agua que le echan por la cabeza va más allá de una ducha.

Sin embargo la confirmación llega a la edad que debe llegar, en un momento en el que los adolescentes tienen más o menos claro qué camino quieren seguir y cuáles son sus ideas. Para la mayoría este tendría que ser el momento no de hacer la comunión, sino de bautizarse.

 

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Comentarios (1)

María Jimena Hace 11 meses
Tu post tiene cierta verdad pero no del todo.Si tenemos una mejor formación religiosa, sabemos que el bautizo es un don, un regalo que los padres hacen a sus hijos, y como es algo bueno, digamos "el mejor de los regalos" de ser recibido como hijo de Dios y bendecido con abundantes gracias, cómo vamos a negarle a un bebé semejante regalo! Si usted leyera la vida de los Santos, vería cómo el poder sacramental del bautismo ha curado milagrosamente a bebés enfermos o a punto de morir, como ej
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