Políticos de Vox, PP y Ciudadanos en la concentración de Colón "por la unidad de España". FOTO: TETESEBAS.
Políticos de Vox, PP y Ciudadanos en la concentración de Colón "por la unidad de España". FOTO: TETESEBAS.

Al igual que muchos otros compañeros, empecé mi actividad política motivado por el discurso marxista de la lucha de clases. El enfrentamiento eterno entre la clase dominante y la clase oprimida, la clase obrera contra la burguesía desde la revolución industrial. Una burguesía que adquirió poder y evolucionó hasta convertirse en la actual élite financiera. Un discurso sencillo y fácil de entender que parecía no tener fallos. Tal era su contundencia que no dudábamos de él, creyendo que finalmente había llegado su hora debido a la profunda crisis económica mundial de la pasada década.

Sin embargo, pudimos ver, una vez más, que no cuajaba. Tampoco podíamos sorprendernos 170 años después de la publicación del Manifiesto Comunista. Nadie podía dar una explicación razonable de por qué gran parte de la clase obrera votaba a la derecha más allá de la ignorancia o de los ecos de la dictadura, así que se consideraba que era simplemente cuestión de tiempo.

He tardado años en entenderlo y he tenido que estudiar las claves del institucionalismo fiscal para ello, pero mejor tarde que nunca. Ahora me acuerdo de la réplica de Rajoy a Pablo Iglesias en su investidura de 2016 y debo admitir que tenía razón. “Nadie tiene el patrimonio de la gente”. Una respuesta rotunda a quien decía representar al pueblo contra las élites económicas y acusaba al Partido Popular de representar solo los intereses de los más ricos. Tal y como decía el propio Rajoy, con tal cantidad de votos es imposible que representen solo a los ricos y a algún despistado.

Hoy día, el aspecto más básico e importante de la política es que quien tiene el poder decide la política económica y fiscal. Hecho que se suele olvidar porque el debate sobre nuestros derechos civiles suele tener tanta repercusión que lo eclipsa. No es de extrañar que los ricos quieran pagar menos impuestos, pero ¿y la base popular que está de acuerdo con las rebajas fiscales? Al final la cuestión se reduce a una creencia personal incluso más profunda que la ideología. Quién cree que el trabajo y el esfuerzo tienen recompensa suele preferir un sistema impositivo bajo y una mayor libertad de empresa. Por el contrario, quién cree que no existe una verdadera recompensa por el trabajo y que le expolian sus frutos preferirá un sistema fiscal fuerte y una intervención estatal profunda. Esta teoría puede llegar a ser demostrada si se compara los distintos sistemas fiscales de América Latina con este tipo de creencias en sus respectivos países.

Esta premisa del institucionalismo fiscal cuadra con toda la gente absolutamente pobre que he conocido y que simpatiza con la derecha. Gente que cree en el sueño americano de que cualquiera puede ser rico si tiene una buena idea, es bueno y trabaja lo suficientemente duro. Si acompañamos esto con ser corto de miras, su creencia incluye que quien quiere más impuestos es porque es un vago que no da un palo al agua y quiere vivir a costa de los demás chupando del Estado o de la política. He aquí la hostilidad a los rojos izquierdosos.

El tema de la meritocracia tampoco es nuevo. En su debate parece que gana la parte que sostiene que no hay una relación lineal entre esfuerzo y recompensa. Mientras miles de emprendedores y autónomos que se dejan la piel comen polvo, hay quien gana el equivalente a todo nuestro presupuesto municipal sin necesidad de levantarse de la cama. Aun así, el tema de la recompensa del esfuerzo es muy delicado. Pueden ser las ilusiones más profundas de alguien, dándole igual las evidencias que le muestres de lo contrario. Otra cosa no, pero con nuestras creencias más arraigadas somos cabezotas a más no poder, por lo que el discurso de clases nunca calará en este tipo de persona.

No digo que el discurso de la lucha de clases sea erróneo, solamente que no podemos reducirlo y simplificarlo todo a eso. Desde siempre ha existido gente realmente en una situación delicada que repudia este discurso. Tampoco podemos simplificar y considerar iguales a todos los votantes de derechas del país. Es cierto que existe una parte muy rancia, ahora mismo por desgracia en auge. Pero también existen conservadores moderados, liberales y una amplia gama de tonos grises. Y aunque no lo parezca de vez en cuando discrepan entre ellos. La ideología de un conservador puede ser muy distinta a la de un liberal. Es así como se pueden encontrar votantes del PP republicanos o a favor del impuesto sobre sucesiones, siendo más común de lo que parece en un primer momento. En la diversidad de opiniones está la riqueza.

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