La arbitrariedad simbólica

Siempre han existido y existirán quienes nos brinden información atractiva en forma de recomendación. Y nos será útil.

Cristina Morales, posando para una entrevista. FOTO: ELDIARIO.ES
Cristina Morales, posando para una entrevista. FOTO: ELDIARIO.ES

Cuando estoy en una librería o en la página web de cualquier editorial me pregunto lo siguiente: ¿Es el medio cultural que fondea las redes sociales un lugar libre y acrítico o sólo un espacio ensuciado por el capitalismo social de ciertos influyentes culturales/literatos a quienes por satisfacer hacemos caso omiso?

Me sorprende que, pese al conocimiento del proceso de adquisición de símbolos y su arbitrariedad, crea en ocasiones que el posicionamiento de ciertas personas como representación de un estandarte de referencia ha sido ganado a través del mérito crítico objetivo. Nada más lejos de la realidad (salvo contadas ocasiones).

Somos así. La búsqueda de una identidad a través del grupo nos define, ya lo describieron Tafjef y Turner con su teoría de mismo nombre (Teoría de la identidad social), y como ellos otros tantos, en la que, sin la necesidad de sentir el contacto directo con el grupo podemos hacer cosas para satisfacer esa pertenencia. Y por ello, aquellos que alrededor de un personaje con perfil en Instagram son capaces de seguir a rajatabla sus opiniones y propuestas por agradarla o, incluso, venerarla.

De ahí que, con mi lugar en las redes como cualquier otro, me vea arrastrado por la marabunta de información contenida en las mismas y alterando mis gustos para un beneficio u otro de una especie de poder fáctico que beneficia a un ente superior que, creo, ni siquiera ellos saben que exista. Quizá sea el ego, la necesidad humana de estar en el mundo de manera más allá de la presencial. Lo desconozco. Ellos más aún, pues están en una burbuja de verborrea onanista.

El último caso, y que uso de ejemplo aquí, es el fallo del Premio Nacional de Narrativa en favor de Cristina Morales. Lo que más me llama la atención y, a la vez, entristece de casos como estos, es que, si consumo ese producto, si leo ese libro, será en parte para corroborar o desmentir una postura, y no sólo por el simple hecho de disfrutar de una obra o evadirme (principal finalidad de la literatura de ficción, pese a que en España la coloquemos en el mismo lugar que el ensayo en casos de referencia argumentativa).

De igual manera, entiendo la necesidad de la promoción, la publicidad o, simplemente, el placer de compartir algo que te ha fascinado o, por el contrario, aborrecido. Hablo más bien de la posición de líder, ideal, que alcanza un sujeto y que, sin verdadera conciencia de esta, usa para estigmatizar o señalar ciertas cosas: libros, editoriales, lectores, escritores, u otros de su “gremio” a nivel de redes sociales.

Debemos de ejercer una visión no sesgada de nuestro ambiente virtual, es ya tan real como el suelo de la calle que nos lleva hasta el cubo de basura de la esquina. Y por ello, una postura abierta, interpretativa e inconformista, puede liberarnos de la alienación que produce el ver, escuchar y leer a aquellos que piensan como nosotros.

Siempre han existido y existirán quienes nos brinden información atractiva en forma de recomendación. Y nos será útil. Es una posición que se renueva constantemente, a favor siempre de los cambios sociales, culturales y políticos. Pero el raso, que somos nosotros, hemos de comprender ese influjo para que llegue a nosotros como lo que es: un producto de nuestro tiempo.

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