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Una anomalía es, etimológicamente, una desigualdad. Llamamos también anomalía a una ruptura en la continuidad del espacio-tiempo, a una especie de grieta producida por un inesperado aumento de energía que conecta, a modo de atajo, dos tiempos en un mismo espacio, o dos espacios en un mismo tiempo. Algo así está ocurriendo en Jerez, desde hace varios días, concretamente desde el 2 de este mes de marzo, en el lugar de la Sala Pescadería.

Su puerta, ahora, es un umbral que nos lleva, no a la sala de exposiciones que habitualmente es, sino al interior de una habitación de mujer artista, una habitación que podría ser cualquiera de esas muchas en cuyo interior, como diría Virginia Woolf, las artistas han pasado sentadas tantos millones de años que las paredes, los ladrillos y el mortero que los une están sobrecargadas de su fuerza creativa, hasta el punto de que ya no hay herramienta, ni negocio, ni políticas capaces de destruirlas.

La Sala Pescadería es ahora, debido a tal anomalía, un espacio de resistencia, aunque no haya murallas y no haga falta un ariete para entrar, pues la puerta está abierta. En el interior hay simplemente una habitación, con cortinas descorridas y lámparas encendidas. El visitante atento comprende pronto que, en realidad, se trata más bien de una cámara parlamentaria, un inmenso laboratorio de pocos metros cuadrados donde se operan transformaciones eternas, donde se analiza con ironía, también a veces con un toque de humor, las causas del silencio artístico de las mujeres durante siglos.

La anomalía, aquí, es la mujer como sujeto y predicado. Dicen los diccionarios que la palabra “mujer”, del latín mulier, proviene de una raíz indoeuropea (mel- que significa “suave”, “pequeño”, “débil”). Los etimólogos que hicieron tales diccionarios ignoraron (¿tal vez voluntariamente?) que hay una segunda raíz indoeuropea, también (mel-), que significa justo lo contrario: “coraje”, “fortaleza mental” y también “brillo”… Son estos últimos significados de la palabra mujer los que sin duda se imponen al visitante.

En una casa ordinaria, la habitación es el lugar de la intimidad, raramente accesible para el forastero. No es el caso de la habitación de la Sala Pescadería. Una vez dentro, uno no se siente extraño, sino en la habitación propia; no hay secretos ni intimidades, sino la verdad transparente de la desigualdad entre sexos, más allá del sexo, y que se revela en la representación artística de las fracturas, las discontinuidades, las ausencias y las ruinas de lo cotidiano.

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