En cierta ocasión le preguntaron al escritor Manuel Vilas cómo supo que quería dedicarse a la literatura. No cuesta mucho imaginar la cantidad de veces que el barbastrense habrá tenido que hacer frente a esa cuestión, pero nunca olvidaré la respuesta que dio aquella vez en que yo estaba presente. Lo descubrió gracias a una colección de las obras completas de Kafka encuadernada en piel roja y editada lujosamente por Planeta. Las compró su padre, que era viajante de comercio. Él nunca supo por qué. El pequeño Manolo abrió el volumen siendo un niño y se sorprendió al no entender casi nada. Años más tarde, cuando era ya un veinteañero licenciado en Filología Hispánica, decidió llevarse consigo aquellas obras de tapas rojas a su primer destino como profesor de instituto. No las había leído nunca, pero preveía que en Utrillas ―un pequeño pueblo de las Comarcas Mineras de Teruel― le sobraría tiempo para dedicárselo al bueno de Franz. En Utrillas fue donde Manolo entendió por primera vez al autor de El Proceso y La metamorfosis, y a partir de ahí todo cobró sentido. Kafka se apoderó de él. Y hoy le debemos a Vilas.
Así nació una vocación, aunque muy probablemente solo despertó, pues estaba ahí latente, dormida pero acechante. Como la maldad. El destino es como la furia: arrollador, impúdico y desatado. A veces sigue su curso para bien y nos regala El mejor libro del mundo, y otras veces nos abofetea con la mayor de las bajezas. Lo hemos podido comprobar estos días, al constatar cómo la estupidez y la villanía pugnaban por ver quién pesaba más.
En un entorno tan poco sospechoso de trascendencia como un espectáculo musical televisado, los malos de la película se sentían pletóricos de serlo. Por eso exhibían con orgullo los resguardos de sus votos en apoyo del genocida. Porque no han entendido nada en absoluto. Porque el asco hace demasiado tiempo que no encuentra mesura. Porque está de moda ser el matón y jactarse de ello. Por eso y por las inyecciones de capital derrochadas por Europa para aparentar fraternidad. Lo de Israel hace mucho que dejó de parecerse a algo conocido, ni soportable, ni humano.
Miles de niños asesinados, bebés que mueren de hambre, camiones con ayuda humanitaria secuestrados, la comunidad internacional amordazada y los lobbies pagando el silencio a precio de oro. Hasta ahí la repugnancia y la limpieza étnica. Y el execrable reptar de los fascistas. Las vocaciones siempre están ahí, dormidas pero latentes. Cuando uno está llamado a ser un hijo de puta, el destino cumple su amenaza antes o después.
Ordesa y Alegría por El desaparecido y El castillo. Vilas gracias a Kafka. Qué maravilloso es tener de quién aprender. Qué generosa es la inspiración en forma de grandes maestrías. Gracias a Utrillas, a Vilas y a Kafka. Menos mal que podemos refugiarnos en sus campos o en sus libros para huir de la barbarie que nos llega a través de la pantalla. Y de la guerra, también de la guerra.


