ILUSTRACIÓN: MIGUEL PARRA
ILUSTRACIÓN: MIGUEL PARRA

Cegados por perspectivas poco claras, egos y ansias de poder, las fuerzas de la izquierda relegaron a un segundo plano quizá la cuestión más importante y por la que políticos coherentes con su ideología habrían llegado a un acuerdo que permitiese la formación de un gobierno. Se trata de los Presupuestos Generales del Estado. Indirectamente se hicieron algunas menciones, sin darle la importancia que realmente merece esta ley. Para economistas como James O'Connor, considerado neomarxista, los Presupuestos Generales del Estado representarían el nuevo escenario de la lucha de clases, obligando así a la izquierda a trabajar por elaborar y aprobar presupuestos de carácter social.

No fue casual que una de las exigencias de Albert Rivera para abstenerse en la investidura fuera la promesa de no subir los impuestos. Los impuestos, y por lo tanto el estado de ingresos de los PGE, son el mayor vehículo para la redistribución de renta que poseemos. Claro está, siempre que se utilice bien. No únicamente hay que luchar por subir los impuestos, sino por subir los adecuados. Por ejemplo, una subida del IVA es inadecuada. Ya que aumentaría en gran cantidad los ingresos del Estado pero a costa de las clases bajas y medias. Este impuesto es regresivo, quiere decir, proporcionalmente pagan más los que menos tienen. El sacrificio de pagar un euro más por el pan es muchísimo mayor para quien subsiste con el salario mínimo y a media jornada que para los propietarios de yates de recreo.

Si la derecha y la ultraderecha han llegado con relativa facilidad a pactos de gobierno en Andalucía y en Madrid ha sido porque tenían claros sus objetivos respecto al presupuesto y han sido coherentes con ellos. Antes que nada, bajar impuestos. El fin del Impuesto de Sucesiones, Patrimonio, rebajas en el tramo autonómico del IRPF, etc. Este interés común fue ponderado correctamente, facilitando el entendimiento.

Un gran logro sobre este tema, que la derecha ha conseguido con los años, ha sido que se hable mínimamente del estado de ingresos. Desviando así la atención hacia el estado de gastos, donde la derecha ha conseguido grandes progresos. La doctrina económica neoclásica de la UE, la regla de Estabilidad Presupuestaria y la regla de Gasto dificultan bastante el incremento del gasto social si no se financia a través de impuestos, y limitan su crecimiento porcentual al mismo crecimiento del PIB. Con la reducción del gasto público la derecha consigue la posibilidad de bajar impuestos y de paso favorecer el auge de los servicios sociales privados.

La cuantificación de las partidas de gasto del PGE tienen la misma importancia que el origen de los ingresos. Los recursos que se van a destinar a educación, sanidad, becas y demás prestaciones harán efectiva o no la redistribución de la renta. Esto hace que la mayoría de las reivindicaciones sociales tengan como matriz los Presupuestos Generales del Estado. Todo pertenece al mismo plan ordenado.

Por lo tanto, puede que nos encontremos con el elemento más importante de la democracia. La formación de las cortes y del ejecutivo debería estar totalmente subordinada a la aprobación de unos presupuestos generales de carácter social. Las prórrogas de presupuestos elaborados por la derecha deberían ser inadmisibles y motivo suficiente para la formación de un gobierno. Sin embargo, parece ser al revés. La actitud general es formar un gobierno y luego, si acaso, intentar aprobar unos presupuestos.

La superposición de intereses por parte de la izquierda no es reciente. No es difícil encontrar carteles de la Guerra Civil con la frase “Primero ganar la guerra”. Reivindicación que buscaba la pausa de las colectivizaciones y de los enfrentamientos entre milicianos de distintas corrientes hasta haber acabado con los sublevados. Al igual que tampoco es reciente hacer oídos sordos a cualquier llamamiento a la unidad.

A esto deberíamos sumarle un factor que podría ser el origen de la falta de entendimiento entre la izquierda. El marketing político unido a la visceralidad de las discrepancias ideológicas y a un análisis de situación muy parcial. Décadas de acusaciones cruzadas sobre no ser la verdadera izquierda pasan factura. Quien las recibe, acaba desconfiando del otro por descalificarlo continuamente como el enemigo. Y quien las realiza, de tanto repetir las mismas acusaciones, finalmente las acepta a perpetuidad como ciertas. En un ambiente hostil como ese, confiar en que el otro efectivamente tiene los mismos intereses que tú es difícil.

Lo ideal sería que todas las fuerzas políticas pensaran en esto durante estas semanas, de cara a no repetir los mismos errores y poder tener un presupuesto estable y social en los primeros meses de 2020. Sin embargo, lo más probable es que la mayor parte del tiempo el pensamiento general sea hacerse la guerra y cruzar acusaciones. Es una pena, ya que las diferencias reales entre las distintas formaciones de izquierdas son mínimas y hay muchísimo por ganar.

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