José Luis Cano, todavía

El ensanche de Algeciras es el nombre de su poeta. No vamos a pedirle una estatua. No estaría de más, sin embargo, reeditar sus obras

El poeta José Luis Cano.
El poeta José Luis Cano.

Reconozco que cuando llegué a Algeciras no sabía quién era José Luis Cano. Después, vi la placa en una fachada al final de la Calle Ancha. Aquí nació en 1911, dice, el insigne poeta. La ignorancia me estaba taladrando la conciencia, hasta que agarré al bibliotecario por la solapa rogándole me suministrara todas las obras disponibles de Cano. 

—Las tenemos en el depósito, porque cada año roban no sé cuántos libros de las bibliotecas públicas. Habría que reformar el Código Penal para esto ¿no le parece? 

—Noooo, calle usted. Déjelo estar. No vaya a ser que le escuche un político. Me conformo con que hagan más ediciones ¿sabes?—, y con el lote de libros del escritor algecireño bajo el brazo, me fui a casa tan contento.

Desde las primeras lecturas se advierte que ahí hay un escritor. Quiero decir, no uno que escribe como yo. Don José Luis Cano, discípulo de los mejores poetas de la generación del 27, cuidaba las palabras, acariciaba las palabras. Sus construcciones son impolutas. No falla un verso. Es verdad que tampoco da sustos, sus desplantes son escasos, y los tacos aparecen como pecados irresistibles. Se trata de esa prosa de los poetas, alérgica a profanaciones. 

Los años mozos de José Luis Cano debieron sucederse en un gozoso tedio burgués, arrobado por el mar y las alondras. La Guerra Civil, como a todos, lo puso en un mundo muy distinto, y con Algeciras en la distancia, sus sonetos nos hablan de besos perdidos, abocados al hundimiento, y de una melancolía quizás sostenida por el tópico o por este carácter nuestro. Pero en las postrimerías de la década de los cuarenta, cuando le llega el amor y nace su hija Teresa, una luz serena se filtra en sus versos. Recuerda entonces la Bahía y aquellas horas solitarias, ingrávidas, completas, únicas.

“A aquella pena, soledad, tan tuya
le debo lo que soy: mi alma y su dicha.

Y aquella pena me sostiene hoy,
me hace sentir lo hermoso de los días,
del alimento que ahora diariamente
colma mi vida, serenando el sueño,
dando paz a la sangre y esperanza,
mientras los hijos crecen y su risa
recorre nuestra alma y la hace suya”.

Ni rastro de frustración. Sólo agradecimiento. Ahí está para quien quiera acercarse, su Poesía completa (Algeciras, 2001). José Luis Cano, el mejor poeta que ha dado Algeciras, tiene una placa, una calle humilde, su nombre en la fachada de la biblioteca pública, y ahora también, sobre el edificio de viviendas de nueva planta que tapa a la biblioteca pública. El ensanche de Algeciras es el nombre de su poeta. No vamos a pedirle una estatua, porque las estatuas se pueden trasladar fácilmente y los retratados se convierten en mobiliario arrumbado. No estaría de más, sin embargo, reeditar sus obras.

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