Jornada de reflexión galáctica

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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Recuerdo perfectamente cuando de pequeño me colé en la videoteca a contemplar las maravillas de la trilogía de la que todo el mundo hablaba antes de mi nacimiento. Me emocioné con la primera Star Wars (Episodio VI) pero el deslumbramiento, como me ocurrió con la saga de El Padrino, vino a mitad de la saga. Ver a Yoda pontificando sobre la fuerza (“hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”), a Han Solo enamorarse como un galán de los 40 gracias al carisma de Ford, así como la perfección narrativa y la complejidad de la historia –se notaba que no dirigía Lucas– me mantuvieron en un vilo que dura hasta el día de hoy. Luego vi decenas de veces la trilogía, ajeno, eso sí, al ‘merchandising’, disfraces, convenciones jedi y parafernalia friki asociada.

Porque yo me consideraba un fan del buen cine, es decir, de la saga y de El Imperio Contrataca por encima de todas, como pueda serlo de El Padrino y no por ello me disfrazo de mafioso italoamericano. Entiendo, no obstante, que como le dijo su amigo Coppola –precisamente- a Lucas, debía convertir el fenómeno en una religión. Años después, asistí decepcionado al estreno de la prometedora terna –se me agotan los sinónimos- donde se explicaban los inicios de una historia que Lucas –esta vez sí dirigía y se notaba- comenzó por la mitad a finales de los setenta. Y ese fue el principio del desencanto con una serie que habría hecho muy bien –excepto para los bolsillos del cineasta californiano- en quedarse como estaba.

Ahora dirige J. J. Abrams y me da la sensación –no he tenido aún el honor de ver El despertar de la fuerza- por lo que sé de él de que intentará complacer a todos los públicos y especialmente a los fans más acérrimos, lo que te permite hacer una buena película pero dudo mucho de que algo brillante. Estoy tan seguro de que superará a la última trilogía como de que no estará a la altura de aquella que se rodó en los setenta, una década mágica para el cine de Hollywood, por cierto. Aunque tendré que ir a las únicas salas de la ciudad para saberlo, eso sí, cuando no estén tan masificadas.

Y digo esto porque cuando escribo estas líneas es jornada de reflexión y porque hablar de política últimamente se ha convertido en misión suicida, de crispados que están los ánimos. Además, todo lo que dijera se quedaría hoy en agua de borrajas, ya que lo único importante al final es el resultado. Así que, a todos, que la Fuerza os acompañe, o como dije la semana pasada, los pactos.

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