Augura Michel Hollebecq, el ‘enfant’ terrible francés tan admirado por sus compatriotas que es como una especie de mezcla entre ‘perroflauta’ y yonqui lúcido, que la Francia de 2022 estará gobernada por los musulmanes, que terminarán imponiendo sus costumbres a todos los ciudadanos y, entre otras ocurrencias, imagina a las vanidosas parisinas desfilando con velo por los modernos bulevares de la capital de la moda (con permiso de Nueva York).

‘Sumisión’ se llama la novela, no exenta de polémica porque su publicación coincidió con el famoso atentado que desembocó en el ‘Je suis Charlie’. No tengo yo tanta imaginación, ni vanidad ni recursos, ni probablemente talento, para novelar predicciones de similar corte sobre mi amado Jerez. Pero reconozco que cuando veo la semirruina en la que ha quedado convertida esta ciudad –no hay más que darse un paseíto por históricos barrios del centro-; a un alcalde en la cárcel y a otra cada día más cerca; los palos de ciego para salir del atolladero en el que estamos inmersos, etc, y veo quienes están recogiendo las migajas, cada vez me parece menos improbable la posibilidad de que un día Jerez sea regida por un alcalde chino o japonés.

A la gente le suena a sorna que una urbanización jerezana situada frente al Campus de Jerez tenga por nombre Plaza Kiyosu, debido al hermanamiento firmado con esta urbe japonesa en su día, pero la firma de este protocolo quizá fuera un gran acierto en 1994 de un visionario Pedro Pacheco. No es nada nuevo que los negocios emblemáticos de la ciudad –La Vega, Camino del Rocío…-, amén de emporios como ‘El Corte Chino’, están siendo copados por personas de raza amarilla, eso sin contar con los supermercados de barrio que no cierran nunca, tiendas que ofrecen todo tipo de artículos de telefonía móvil y un largo etcétera. Nadie olvidará el episodio, recogido por todos los medios nacionales, del empresario que se tomó en serio el cartel de ‘Se vende’ –en realidad una protesta- y quiso quedarse con el Parque de Bomberos de la ciudad. Pero si uno echa un vistazo estos días al centro histórico con motivo del Festival de Jerez, descubrirá además, como cada año, el interés y la pasión que ponen los japoneses en nuestros cantes, nuestros bailes y nuestros vinos (el local con más ‘jereces’ del mundo se encuentra en Japón).

No sería de extrañar, por tanto, que dentro de una década o menos nuestra ciudad esté regida por un alcalde de ojos rasgados al que le cueste pronunciar las ‘erres’, ya sea éste chino o japonés. Las consecuencias, esas sí, darían para una novela más del tipo Houllebecq, pero cada uno puede fantasear con lo que considere más oportuno: desde un Ayuntamiento donde los funcionarios trabajarían pues eso, como chinos –más de uno querría acogerse a un ERE que su alcalde no podría ni siquiera pronunciar bien-, hasta las tapitas de rollos de primavera y arroz tres delicias regadas, eso sí, con caldos de la zona, que en eso son casi más especialistas que nosotros. Un poco de sake alegraría también nuestros cantes y bailes que tanto les gustan y respetan, pero habría que ver qué ocurre con otras costumbres patrias como la siesta. Soñemos mientras podamos.

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