Un mosquito transmisor del virus del Nilo, en una imagen de archivo.
Un mosquito transmisor del virus del Nilo, en una imagen de archivo.

El otro día, un amigo me contó una historia que bien pudo haber sido noticia, si no fuera porque desconcierta en campaña electoral.

—Mi cuñao era un tipo grande y fuerte. Pero no pudo contra el mosquito.

Al parecer el hombre, dándose un respiro de problemas familiares, se retiró unos días a su segunda residencia en la costa gaditana. La excusa era acondicionar la casa, por su cuenta y riesgo, para el inminente desembarco familiar. Fue un viernes por la tarde. Hacía calor, mucha calor. Dejó planteadas las tareas y tomó un par de cervezas baratas, cortó un poco de queso, le aburrió la televisión, y se fue a la cama, no antes sin dejar abierta la ventana. Justo cuando se quedaba dormido, escuchó el zumbido de un mosquito sobre su oído. Resopló. Cambió de postura. Parecía que agarraba el sueño otra vez, cuando el mosquito volvió. Tuvo que incorporarse y encender la luz. Era una bombilla desnuda que colgaba del techo. Su destello resultaba desagradable. Buscó al mosquito por todas partes, pero no hubo manera. Retomó la cama y mientras contemplaba el techo, adivinó la inquietante y diminuta figura negra posada sobre la esquina del cabecero. Sin quitarle ojo al mosquito, agarró los pantalones que tenía a su vera y le propinó un zurriagazo. Confiaba en haberlo dejado ko.

A las puertas mullidas del sueño, recostado de lado y con una mano bajo la axila, el mosquito irrumpió con su insolente zumbido. Entonces intentó matarlo de un manotazo, pero el tortazo se lo dio a sí mismo. Sin lograr serenarse, le empezó a picar en el empeine del pie izquierdo.

—Debían ser las dos o las tres de la noche y mi cuñao aún no había pegado ojo-, apuntaba la versión de mi amigo.

Coinciden profesionales y familiares en que debió renunciar a matarlo y se tapó con la sábana hasta la cabeza. Observaron huellas de sudor, por lo que se presume que el mosquito sobrevolaba incesante a ras de la sábana. ¿Empezaría el buen hombre a tomar conciencia de su miserable asedio? Este ser es un demonio, diría para sí. El caso es que entre la sudoración, la desesperación y el zumbido, acabó por desistir de su táctica de inmersión para emprender una caza total contra el mosquito.

—Me dijo el inspector de policía -continua mi amigo- que en la refriega mi cuñao debió propinar un golpe a la bombilla, la cual reventó. Saltaron trocitos de cristal y alguno le entró en un ojo. Probablemente, mientras se llevaba los dedos a los párpados, el mosquito lo seguía acosando e intentó zafarse de él haciendo aspavientos o algún movimiento que lo desequilibró, porque los investigaciones señalaron una mancha de sangre en el quicio de la ventana. Era el golpe seco que le abrió la ceja derecha a mi cuñao. Y finalmente otra fuerte contusión en el borde de la cama, que se correspondería con el golpe fatal de la nuca… —un poco desolado, concluía— unos días después el forense me enseñó las fotos de las picaduras del mosquito. El patrón era claro: había sido un asesinato.

—Vaya -le dije-, lo siento mucho. Esa muerte me parece muy significativa de los tiempos que corren. Tu cuñao ahí es como un ciudadano informado que diariamente vive bajo una crisis u otra… Es imposible pensar bien cualquier problema.

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