Hijos de la vieja ira nueva

Envalentonados desde las tribunas parlamentarias, jaleados por la peor de las jaurías políticas

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Hijos de la vieja ira nueva. Simbología nazi, a las puertas de Ferraz, en la protesta de este pasado jueves.
Hijos de la vieja ira nueva. Simbología nazi, a las puertas de Ferraz, en la protesta de este pasado jueves.

«Llegas, oquedad devorante de siglos y de mundos, como una inmensa tumba, empujada por furias que ahincan sus testuces, duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos, que la terneza ignoran». Hace días que ando releyendo a Dámaso Alonso. Tampoco es que tenga que haber una razón concreta pero quizás sea porque hoy procede buscar algo de sosiego. Si en 2023 retomamos esos Hijos de la ira a los que el bueno de Dámaso dio cuerpo en 1944 les pondremos otra cara. Pero sabremos dónde buscarlos.

«Escribí lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre». Esto dijo Alonso de su propio poemario y de su sentir. Quizás —y sin necesidad de revolcarnos en la filosofía existencialista— podríamos suscribir sus palabras una por una. A mí me está pasando estos días. Siento asco cuando veo a esos hijos de la ira, de la vergüenza, de la ignorancia, berrear como endemoniados el Cara al sol. Cuando los escucho pedir un alzamiento nacional, bramar contra los derechos conseguidos con tanta sangre y con tantas lágrimas, insultar y amedrentar sin tregua. Y contagiar. Pero lo que más asusta es verlos dispuestos a ajusticiar a su particular manera. Envalentonados desde las tribunas parlamentarias, jaleados por la peor de las jaurías políticas. Creo que por eso me han venido a la cabeza los versos del poema “La injusticia” de Dámaso: «Tú amontonas el odio en la charca inverniza del corazón del vejo, y azuzas el espanto de su triste jauría abandonada que ladra furibunda en el hondón del bosque».

Los que queman contenedores, los que revientan escaparates, los que pintarrajean una puerta, los que acosan las sedes de un partido político. Los que ofenden, los que repugnan, los que destruyen en nombre de la ira. No de España, de la ira. Y es que ninguna bandera soporta el peso de tanta ira. Las costuras del tejido no dan para tanto. Está por ver si las de una democracia se mantienen unidas, aunque se abran un poco las heridas de las puntadas.  «Y van los hombres, desgajados pinos, del oquedal en llamas, por la barranca abajo, rebotando en las quiebras, como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres, como blasfemias que al infierno caen».

Nos están haciendo torcer el gesto, preguntarnos por qué tanta negrura, pensar en las cosas que hemos hecho mal entre todos, ser conscientes de la falta perentoria de la Historia en nuestras vidas, en nuestras escuelas, en nuestros hijos. Porque esos hijos, que lo son de la ira, nos destrozarán, a menos que seamos capaces de responder con la dosis justa de cordura. Con la condena firme y sin ambages que muchos políticos no dan. Con el corazón fuerte y el espíritu alto. «Podrás herir la carne y aun retorcer el alma como un lienzo: no apagarás la brasa del gran amor que fulge dentro del corazón, bestia maldita». No lo harás, aunque te apoderes de una bandera, aunque incendies mis calles, aunque maltrates mis oídos. No lo harás, hijo de la vieja ira nueva.

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