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"El odio nos corroe, y a los políticos eso les encanta, pero es que hay algunos a los que debe de ponerle tanto que tiran agua para formar el charco y así poder meterse en él".

En mi primer año de estudios universitarios, en 1993, tenía un profesor de Economía al que muy pocos compañeros, entre los que me incluyo, soportaban. Zamarriego era su apellido, no logro acordarme de su nombre. Creo que sus aires de superioridad, el coñazo que para nosotros era su asignatura y cierta chulería en su discurso no le ayudaron a tener mejores críticas entre aquellos que entonces iniciábamos nuestra formación como periodistas. Pero el caso es que este hombre dijo algo que siempre he tenido en mi cabeza: "Las cosas se pueden hacer bien y mal. ¿Porqué hacerlas mal si se pueden hacer bien?"

Es una obviedad, eso está claro. Pero cada vez que hago algo mal, o al menos no tan bien como yo deseaba, y eso es algo que sucede con demasiada frecuencia, rememoro a Zamarriego recordándonos, en una clase semi vacía, esta frase que, ya digo, vuelve a mí insistentemente desde hace casi un cuarto de siglo.

Todo este relato de pseudo (más inútil que esa "p", que diría el Comandante Lara) abuelo cebolleta viene a colación del uso que en la actualidad se hace por parte de muchas personas, políticos entre ellos, de determinadas redes sociales, ya saben, la nueva barra de bar. El insulto, en este escenario, es gratuito, y estamos hartos de ver ejemplos. Y lo que queda, me temo.

Uno de los últimos, el famoso grupo de WhatsApp de varios policías municipales de Madrid en el que insultan y amenazan a Manuela Carmena, la alcaldesa de la capital. La Sexta y sus periodistas, especialmente Ana Pastor y Antonio García Ferreras, tampoco salían muy bien parados en esas conversaciones, además de Pablo Iglesias y Gabriel Rufián. Execrable que agentes del orden, encargados de velar por la seguridad de todos, dijeran las barbaridades que dijeron.

Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del Partido Popular, no debió tener como profesor a Zamarriego porque cuando pudo actuar bien, lo hizo mal. Dijo que "no me gusta que se insulte a nadie, ni a la señora Carmena ni a ningún otro agente de la Policía Municipal".

Hasta ahí todo bien, podría haber quedado de lujo. Pero no. Añadió que tampoco le gusta que una concejal (en referencia a la portavoz del Gobierno municipal, Rita Maestre) "ataque capillas". A mi tampoco, pero ese no era el momento de decirlo. Así de simple amigo Pablo. Por cierto, la perorata que se largó a continuación para terminar hablando de Podemos y Venezuela es para hacérselo mirar.

El odio nos corroe, y a los políticos eso les encanta, pero es que hay algunos a los que debe de ponerle tanto que tiran agua para formar el charco y así poder meterse en él. Y en general, los miembros del PP son bastante menos duchos que la izquierda para desenvolverse en las redes sociales y en temas polémicos, caso de las amenazas a Carmena. Todo cambia si la vilipendiada es una de ellos, como estamos viendo con Alicia Sánchez Camacho, a quien también le han dedicado unas palabras lamentables, realmente indignas.

Tanto en uno como en otro caso hay que estar con la víctima que recibe los insultos y las amenazas, el discurso político ya vendrá después. Me parece hasta surrealista que en sus declaraciones Casado primero comienza condenando, y de repente, casi sin querer, ya está hablando de Podemos y si, no bromeo, de Venezuela. Hay que tener mucha más clase y presencia para ser un político respetado, y este chaval ya lleva dos buenos patinazos.

Las redes sociales se están conviertiendo un estercolero donde verter mierda con total impunidad contra todo aquel que nos venga gana, pero los políticos tienen una responsabilidad, entre otras muchas, que es la de ser un ejemplo en comportamiento, aunque eso suena ahora a utopía, lo cual no deja de ser lastimoso. Condenar algo tan asqueroso como el WhatsApp de los policías madrileños no es creíble si tras el punto y aparte viene un pero.

José, creo que se llamaba Zamarriego. Y aunque nunca me cayó bien, lo considero un buen profesor. A mi me ha dejado huella, y trato de hacerle caso en su razonamiento, aunque en muchas ocasiones no sea el mejor alumno.

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