La gran aventura

Según el obispo Óscar Romero, la injusticia estructural que sufrían sus compatriotas podía calificarse, desde una perspectiva cristiana, de “pecado social”

30 de junio de 2025 a las 10:41h
Un cura antes de iniciar una misa en una iglesia.
Un cura antes de iniciar una misa en una iglesia.

En El Salvador, el obispo Óscar Romero pasó del conservadurismo a la opción preferencial por los pobres. Entendía que la Iglesia no podía permanecer en silencio ante las terribles desigualdades económicas del país, ni aparecer como una aliada de los poderosos.

A su juicio, la situación de inestabilidad, que desembocaba en muertes violentas, secuestros y desaparecidos, se debía al “egoísmo de los que mandan y poseen”. (Romero, 2015, 22). La injusticia estructural que sufrían sus compatriotas podía calificarse, desde una perspectiva cristiana, de “pecado social”.

Romero acabó asesinado, en 1980, por su oposición a la represión gubernamental. A menudo, su figura se ha interpretado en clave revolucionaria. Seguramente es un error, en el sentido de que Romero fue, básicamente, un religioso.

Su único compromiso, como él mismo confesó, era con la Iglesia. Rechazaba el marxismo, pero también el capitalismo porque, en la práctica, adolecía de la misma limitación: el carácter materialista. Por tanto, no absolutizaba ninguna ideología política concreta, pero entendía que el creyente debía aceptar la persecución por decir la verdad y defender los derechos humanos.

El amor cristiano era eso, un amor eficaz, no un sentimentalismo vago. Si esa eficacia suponía incomodar a las autoridades, había que incomodarlas. Porque, al beneficiarse del status quo, no estaban dispuestas a cambiar de mentalidad. De ahí que identificaran el catolicismo con una fuerza “subversiva” cuando se cuestionaban, desde la fe, injusticias.

Cuestiones a plantearse

La teología de la liberación, ¿un movimiento clerical, de curas?

¿Qué repercusión ha tenido, en conjunto, la teología de la liberación? Mínima, a decir de Paul Freston y Sandro Magister. Los pobres, el supuesto sujeto revolucionario, han preferido apoyar el capitalismo y a los movimientos pentecostalistas (Graziano, 2012, 146-47).

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