Gracias, Évole

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

943753-600-338
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Hay que ser muy tierno, muy honesto y tener clavado a fuego el sacrificio, las penurias y las carencias sufridas en la niñez para dedicarle tu último programa, después de once años de éxito abrumador, a tu barrio, a tu padre, a tu madre, a tus vecinos, a tus recuerdos y a tu clase social, la de los explotados que lo han dado todo para poner este país en pie, sin honores, y que a su vejez se han encontrado con que tienen que compartir su pensión de miseria con los hijos y nietos para amortiguar la gestión inhumana de la crisis.

El último Salvados de Jordi Évole ha sido también un homenaje hermoso a los andaluces, extremeños, gallegos y castellanos que llegaron a Cataluña, Madrid o Euskadi sin nada, en muchos caso sin saber ni leer y escribir, y dispuestos a ser explotados vilmente en fábricas insalubres, fregando suelos de rodillas y a vivir en infraviviendas y en barrios de arena.

Llegado el primero, avisaba en el pueblo de que había trabajo y subían sus hermanos, los primos, el vecino y ya, cuando la cosa iba mejor, se subía la familia entera con los niños. Así se fueron creando los barrios periféricos de las grandes ciudades de Barcelona, Madrid o Bilbao. Primero vivían en chozas alrededor de las fábricas hasta que había dinero para autoconstruirse una casita baja o comprar un pisito de 50 metros cuadrados en bloques de pisos que parecían (y parecen) panales de abejas.

Llegaban y notaban las miradas de odio de las clases explotadoras, lo que, por pura supervivencia, les obligaba a crear casas regionales donde recordar el pueblo, sus fiestas, sus tradiciones y entenderse en la lengua propia de quienes no han hecho otra cosa en su vida que sacrificarse para darle a sus hijos estudios con los que, si no tener un trabajo digno, sí al menos poder evitar los abusos y las miradas desafiantes de las clases explotadoras que se ha alimentado toda la vida, ayer y hoy, de la desesperación para aumentar su tasa de beneficio.

La ternura de Jordi Évole es la derrota de quienes condenaron a nuestros padres y madres al analfabetismo y a la pobreza, obligándolos a emigrar  y dejar su tierra para ser explotados en otros lugares, pero sin las referencias emocionales y los espacios de protección familiar que tenían en el pueblo.

Aquellos tiranos, que condenaron a nuestros padres y madres al subdesarrollo y la emigración, nunca pensaron que Jordi Évole, hijo de una familia de emigrantes llena de carencias, fuera a ser hoy un presentador de éxito con capacidad de intervenir en la agenda mediática de un país de 47 millones de personas.

En una profesión como el periodismo, con exceso de divismo, y en un país como España, donde cada vez menos gente se reivindica como clase trabajadora porque ahora lo que vende son las identidades y discriminaciones individuales, el gesto de Jordi Évole de despedirse poniendo en el centro a su barrio, que es el de casi todos, lo convierte en una hermosa excepción.

La memoria es el único arma que tenemos quienes provenimos de abajo para no ser convencidos de que lo sensato es empobrecer a la gente sencilla mientras cada vez son más y más ricas las clases explotadoras. Con el programa #SalvadosMiBarrio, Évole ha honrado también a esa generación de mujeres que vivieron la violencia en silencio y que han creído durante toda su vida que nunca sabían hacer nada bien porque sus maridos, que han sido también víctimas de una educación patriarcal que les inhabilitaba para querer, le recordaban a cada momento que eran unas inútiles.

Si estudiar periodismo (o cualquier cosa) sirve para algo, no se me ocurre nada mejor que para poner en el centro tu origen, tu clase, y honrar y dignificar a esa generación de padres y madres pobres de solemnidad que compraban la ajuar de los niños a plazos "por si pasaba algo", que no compraban yogures o cereales porque eran "pamplinas", que guardaban en un mueble con llaves la matanza para que durara todo el año y que te mandaban al colegio con los zapatos rotos porque hasta la semana que viene no había dinero para comprar unos nuevos. Orgullo, honor y memoria, hasta que la vergüenza la sientan los explotadores, no los explotados. Gracias, Évole. 

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