Hubo un tiempo en el que, a quien le tocara el Gordo de la lotería de Navidad, era el equivalente a tener la vida resuelta. Y no solo la propia, sino la de hijos y la de algún que otro nieto. Antes, uno se compraba un piso en el centro, el chalé en la playa o un coche con más caballos que un cuadriga de Ben Hur.
Hoy, sin embargo, el Gordo con sus lorzas flácidas, ha pasado a ser un gordito con problemas de metabolismo. Por eso, si es usted quien sostiene el décimo premiado, permítame darle la enhorabuena y el pésame a partes iguales, porque con los 328.000 eurazos libres de polvo y paja (por gentileza del bocado de Hacienda), en determinadas ciudades, usted no se compra ni un piso. A lo máximo que puede aspirar es a una plaza de garaje deluxe con un rincón habilitado donde postrar el colchón.
Resulta fascinante comprobar como la inflación ha dinamitado los sueños de la gente normal y corriente mientras que los políticos, en sus permanentes e interesados “Mundos de Yupi”, nos aseguran con una sonrisa porcelánica que estamos mejor que nunca. Hay que reírse por no cometer una barbarie.
El poder adquisitivo cae desplomado mientras que el carro de la compra devora cualquier tipo de aspiración de llegar a completar un fin de mes digno. Mientras tanto, la legión de aplaudidores cumplen su función. Esos cheeleaders del sistema te cuentan que no es el que el dinero valga menos, o que estemos tan mal, es que ahora somos “más frugales” o que “alquilar es una experiencia vital”. Si el país se hunde, ellos se felicitan por las vistas apocalípticas y el olor a cuerno quemado.
Hoy, mientras usted da una oportunidad a estas líneas, es muy probable que los niños de San Ildefonso estén entonando las combinaciones ganadoras con donaire celestial.
La meta es un dulce amargo: dejar de ser menos pobre por un rato. Olvídese de aspirar a mucho más. Ese “tapar agujeros” elevado a la mísera potencia. Una especie de eufemismo moderno que consiste en “pagar las deudas que el sistema me ha obligado a contraer para poder comer”. Por ello, el Gordito ha pasado a ser una suerte de parche de nicotina para calmar nuestra ansiedad financiera.
Aun así, no pierda la fe. Si resulta agraciado mientras termina de leer este párrafo, disfrútelo a tope. No le dará para excentricidades como comprarse una isla, ni para que sus tataranietos vivan del cuento, pero oiga, quizás le dé para llenar el tanque del coche, comprar un par de garrafas de aceite de oliva virgen extra y, si se descuida, hasta para pagar el recibo de la luz en el mes de enero.
Feliz lunes de salud, porque para lo otro ya sabemos que no llega.



