Beso, luego existo

Pocos saben que la travesía hasta ese sábado no ha sido un camino de rosas, sino un sendero repleto de espinas y cardos. Martina es una prueba viviente y silenciosa de la lucha contra los tabúes de la reproducción asistida

15 de diciembre de 2025 a las 09:51h
Martina, nacida por reproducción asistida.
Martina, nacida por reproducción asistida.

Rondarían las seis menos veinte de la tarde del pasado sábado cuando, el mundo, o al menos el mío, se detuvo. La ansiedad lacerante dio paso a una explosión de alegría sin igual: nació Martina, mi primogénita.

El acontecimiento, simple y hasta cotidiano en la naturaleza biológica que albergan las cuatro paredes de un paritorio, se sintió como una explosión cósmica. Un big bang que redefinió mi concepto del universo.

René Descartes acuñó la frase que cimenta la conciencia occidental: “Cogito ergo sum” (Pienso, luego existo). Es la razón que nos asegura nuestra presencia en el mundo. Sin embargo, en aquel instante mágico, justo cuando la enfermera depositó en mis brazos a esa diminuta criatura, envuelta en mantas de un blanco inmaculado, todo cobró sentido. El olor a la refriega y compás cansado de un parto duro fue inmediatamente eclipsado por el aroma a bebé. Fue entonces cuando sentí el primer roce de mis labios en su frente. ¿Lo siguiente?, la máxima cartesiana se desmoronó sin dejar rastro. Aquel primer beso fue un acto de pura e innegable existencia. A partir de entonces, comprendí que el rumbo de mi vida había cambiado por completo. Mi casa y mi todo sería ese aliento recién nacido y la promesa que late en su pequeño corazón.

Pocos saben que la travesía hasta ese sábado no ha sido un camino de rosas, sino un sendero repleto de espinas y cardos. Martina es una prueba viviente y silenciosa de la lucha contra los tabúes de la reproducción asistida.

Se nos educa bajo la premisa de que tener hijos es un proceso natural, espontáneo, una extensión de un amor romántico, casi mitológico. Si ese proceso falla, el silencio se vuelve ensordecedor.

No podemos seguir permitiendo que la gente que recurre a estos tratamientos se sienta estigmatizada por ser menos válida. La batalla emocional de las inyecciones diarias, las ecografías constantes, la punción ovárica, las esperas angustiosas de la beta-HCG y el miedo paralizante a un aborto espontáneo, es ya una carga que roza lo sobrehumano. Sumarle la vergüenza social o el juicio de terceros es una crueldad innecesaria.

La historia de Martina es también un himno a su madre, Patricia. Ella no es solo la portadora, es la obradora del milagro. Ella cargó la incertidumbre, el dolor físico, el quebranto mental, y lo hizo con una determinación encomiable.

Ahora, al ver a Martina dormitar, con ese gesto de paz e inocencia absoluta, me doy cuenta de que la vida es infinitamente más flexible y generosa de lo que a veces creemos.

Y así, mientras la observo y siento la imperiosa necesidad de besarla de nuevo, recuerdo la sencillez radical de mi nueva verdad: no hay mayor acto de existencia que el de amar.

Beso, luego existo. Un beso a Martina. Otro beso a Patricia… y otro beso al futuro que juntos hemos decidido crear.

Gracias por la lectura y feliz lunes.

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