El agua es un bien cada vez más escaso, esencial para la vida y sin embargo se usa como un bien ilimitado a pesar de las existencias en múltiples ocasiones, amparado por la necesidad de pagar créditos bancarios o para poder recibir ayudas de la PAC.
Los niveles de los acuíferos llevan unos años de marcada tendencia descendente, apareciendo la sobreexplotación tanto cuantitativa como cualitativa, declarada por las Confederaciones Hidrográficas.
La sobreintensificación y tropicalización de cultivos agrícolas hacen que los consumos por hectárea se incrementen inevitablemente hasta el extremo de no dejar escapar ni una gota de agua de lluvia que caen sobre ellos. La recarga de acuíferos por infiltración cada vez es menor, por escasez de precipitaciones y por pobre manejo agrícola y selvícola con sensibilidad hidrológica. El agua subterránea del mañana se debe al pasado y presente.
El agua es un bien público, para uso sostenible, crear empleo y riqueza en zonas rurales, y no tiene alternativa.
No es entendible la apertura de nuevos pozos en busca de agua cada vez más profunda por empresas sin ningún control de geolocalización de su maquinaria en tiempo real. Un ejemplo ha sido ante la imposibilidad de un uso acorde a la legalidad vigente, se prohibió la venta de lanchas rápidas en este país. Las empresas de pozos son herramientas necesarias, y perfectos conocedores de nuestras aguas subterráneas, de su buen uso depende hasta su futuro comercial.
Si los ríos y arroyos no corren, los embalses medio vacíos, las balsas de riego y piscinas llenas y los cultivos agrícolas se riegan, no cuadra con el número de pozos legales. Quizás sea imposible la búsqueda de los pozos escondidos, más bien actuar sobre la legalidad del agua en uso y la consolidación del regadío en lugar de nuevas hectáreas a regar. En ello se nos va nuestra vida.
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