Bendita locura

En el campo no hay silencio, lo hemos silenciado. Desde la ciudad buscamos su relax, y olvidamos que tiene gran memoria, a pesar de su ocultación

Iván Casero

Ingeniero de Montes.

Un rebaño de ovejas.
Un rebaño de ovejas.

Mis vecinos de alrededor abandonaban sus tierras ante la imposibilidad de rentabilizar sus cosechas convencionales, y nosotros seguimos viviendo aquí muy dignamente. Antes nos llamaban raros y locos, ahora que somos más, los raros serán los otros. El precio justo lo fijamos nosotros, producimos, transformamos y comercializamos directamente desde el campo, tenemos colegio y centro de salud en el cercano pueblo, somos nuestro propio jefe y la responsabilidad nos llena de satisfacción".

Los muros de piedra seca se mantienen por su hijo, enseñado por su padre y abuelo, practica la rotación de pastos para la mejora de los mismos y hasta las cinco cabras que tienen, ramonean los duros acebuches que crecen entre los cercados.

Tienen ovejas negras, pues a través de la observación descubrieron que los borregos al nacer necesitan calor, siendo esos primeros rayos de sol fundamentales captar para la vida. El colorido de su pelo hace posible su natural calefacción, frente al frío blanco de la mayoría del ganado ovino impuesto para el tintado de sus fibras de estos animales, no pensando en costes, supervivencia ni bienestar animal. Los colores naturales también son crudos.

Las visitas escolares se celebran con mucha intensidad por niños, corriendo, tocando tierra y todo tipo de animales, cogiendo huevos de cascara blanca, oliendo quesos en maduración, viendo sobrasadas colgadas, recolectando verdura y fruta de la huerta, cantando y merendando al aire libre. El otro día un hambriento gato hizo un agujero en la bolsa de tela de un niño y se comió su bocadillo. El niño en su lugar merendó un trozo de tarta de manzana y queso con miel, siendo la envidia del resto.

En pleno recorrido por la pequeña finca ecológica certificada, viendo las nobles vacas autóctonas comer pacientemente, escuchando mirlos en la ribera, observaron que un chico continuamente se tiraba del pantalón hacia arriba. Al preguntarle, comentó ruborizado que se había puesto en la emoción de la excursión, el del hermano, un año mayor. Cogiendo una retama, a modo de pleita, elaboró un cinturón vegetal, que anudado, cumplió a la perfección dejando las manos libres al muchacho y enseñó como anteponerse ante una adversidad.

En el campo no hay silencio, lo hemos silenciado. Desde la ciudad buscamos su relax, y olvidamos que tiene gran memoria, a pesar de su ocultación. “No entiendo cómo en cada pueblo no hay pequeñas granjas para la alimentación local y de visitantes, por salud, familia, empleo, biodiversidad, diversidad de paisaje y mantenimiento de nuestros pueblos. Bendita locura el día que apostamos por un modelo de vida que funciona en el tiempo y es realidad”.

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