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La caridad la tenemos los jóvenes con las empresas y con los políticos por conformarnos, por aceptar condiciones precarias y contratos inmerecidos cuando lo que pretendemos es trabajar en las condiciones que merecemos.

Hace unos días la ministra de Empleo y Seguridad Social Fátima Báñez anunció que esta semana presentará una ayuda directa de cuatrocientos treinta euros para los jóvenes inscritos en el Sistema de Garantía Juvenil y que comiencen a trabajar con un contrato de formación y aprendizaje. A las pocas horas de anunciarlo Toni Roldán, portavoz económico de Ciudadanos, lo primero que dijo fue que esta es una medida que ideó su partido y no el Partido Popular. Como si fuera una medida positiva. Además los quinientos millones de euros que se van a destinar a esto provienen de la Unión Europea, así que más de uno debería dejar de echarse flores de forma injustificada. 

En estos días son muchos los que se han pronunciado al respecto diciendo que cómo los ni-nis van a recibir una ayuda así, han puesto el grito en el cielo asegurando que es una aportación injusta y hay quien no ha dudado en decir que vivimos en un Estado de Caridad en lugar de en el Estado del Bienestar. Pero lo injusto no es la nueva ayuda. Lo escandaloso es que existan contratos como los de formación y aprendizaje. Que son una forma de inserción laboral es un hecho. Pero que hoy en día para los jóvenes estos contratos o los contratos en prácticas sean la única forma de acceder al mercado laboral es frustrante. 

Hay quien teniendo experiencia laboral y formación superior ha tenido que sucumbir a contratos de formación y aprendizaje. La empresa contrata al trabajador en un sector diferente al de su titulación, independientemente de la labor que vaya a desarrollar en su puesto laboral, y el empresario en cuestión se beneficia al no tener que pagar a la Seguridad Social. ¿En qué se beneficia un trabajador con formación, titulación y experiencia? En casi nada. Con lo que se encuentran los jóvenes es con poder estar tres años (y no solo dieciocho meses que es lo que dura la ayuda) con un contrato menor y no correspondiente al nivel de estudios ni experiencia, con tener una base de cotización mínima o con que la posterior prestación por desempleo sea baja. Por no hablar de las empresas que se encargan de dar los cursos de formación, que en su mayoría no sirven para nada.

Por si todo esto fuera poco hay que aplaudir que te den una ayuda de cuatrocientos treinta euros porque sin ese importe añadido es imposible independizarse y llegar a fin de mes. Otorgándola demuestran que incluso ellos ven que estos contratos no tienen sentido. Así no se reduce la precariedad. Se fomenta. Lo que no les importa ni a Báñez, ni a Roldán, ni a la mayoría de políticos y empresarios es que a muchos jóvenes nos indignan decisiones como esta que consiguen que se tenga una visión muy distorsionada de los llamados ni-nis y que provocan que otros vengan a llamarnos Millenials con tono despectivo. La caridad la tenemos los jóvenes con las empresas y con los políticos por conformarnos, por aceptar condiciones precarias y contratos inmerecidos cuando lo que pretendemos es trabajar en las condiciones que merecemos. Aceptando eso nos echamos tierra a nosotros mismos pero en la actualidad no quedan muchas más opciones. O eso, o ser autónomos (aunque este es otro tema), o desempleados sin oportunidades. Y después de todo somos nosotros los que tenemos que estar agradecidos.  

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