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¿En el Gato? ¡Las más gordas! Se me viene una a la cabeza en la que estaba hasta Lola Flores. ¡Qué juerga Dios mío!

¿En el Gato? ¡Las más gordas! Se me viene una a la cabeza en la que estaba hasta Lola Flores. ¡Qué juerga Dios mío! Yo ya había visto unas pocas pero como aquella ni una. Y siempre igual: se terminaba el pase, se iban los turistas y algunos camareros y nos quedábamos en el tablao los que estábamos avisaos de antemano. Luego, a la hora o dos horas, venían los señores que habían pagao la juerga, una juerga en petí comité como se dice ahora, y al tajo otra vez.

Y tú ya sabes..., unos señores que vienen con sus señoras, otros con sus amantes, otros con sus chanchullos y cante y baile por un tubo. Y luego un chiste o una historia hasta que se hacía de día. Aunque interesaba porque se ganaba muy bien y porque luego salían más cositas, pero ya fuera en los chalé, porque la gente con dinero, te digo, parece que tiene el dinero como castigo.

Pero lo que te iba diciendo..., aquella madrugá con Lola Flores fue de categoría por la gente que se quedó y vino después. Por mentarte, te puedo mentar a Paco Cepero con El Turronero, La Paquera que estaba por Madrid, yo que sé..., hasta Jose Luis López Vázquez, el de las películas, estaba allí. Yo no sé qué hacía allí pero estaba.

En fin, que estamos cantando y bailando cuando me veo, entre las mesas y recogiendo las colillas de los ceniceros, a La Tina de las Grecas. ¡Qué pena me dio! A La Tina de las Grecas que pá mí ymucha gente era el grupo más grande que se podía escuchá como mujeres. Imagínate tú cómo me quedé..., de piedra. Me había pasao media vía escuchándola en la radio y de repente allí, sin comerlo ni beberlo, me la encuentro rebuscando entre las mesas algo que llevarse a la boca o yo qué sé lo que estaba haciendo allí.

La verdá es que yo no quería ni verla. No te miento compare. La veía y se me caía el alma. Y en esas estamos cuando uno de los invitaos, el más raro de los que estaban esa noche allí, se da cuenta y la invita a la reunión. No te digo ná.

Recuerdo que llegó a la mesa, se quedó de pie al lao mía y cantó una letra por bulerías de la que más me acuerdo algo como “vengo cansá de peleá con los indios”.

¿ qué más? Ese día, la verdá, no le vi el sentío a la letra pero tenía puñales dentro; tantos que a la altura de mi vía todavía no he escuchao algo más negro y más rancio; la prueba es que acabamos llorando el mundo con lo poquito que dijo.

Y lo que son las cosas. Yo embobao, porque nos había dejao embobaitos a el mundo, y le hago después uno de los feos más grandes que he hecho y haré en mi vía. Yo no me lo explico porque aquello fue como fue, porque salió así, pero fíjate cómo es el coco que aún tengo la espinita clavá.

Qué pasó Curro...

. La cosa fue que termina la fiesta y empieza a marcharse la gente con tan mala suerte que La Tina no se iba del tablao ni con agua caliente. Que no se iba y no se iba y la gente, me refiero a los camareros y la plebe, esperando a que se fuera. Y yo me digo ahora, con los años, que cómo se iba a ir la pobre si no tenía a nadie ni tenía ná.

Bueno..., que pasa el tiempo y deciden entre los artistas que sea yo el encargao de decirle a La Tina que tiene que salir fuera si quiere que la acerquemos a su casa en coche. Que sale ya o que no la esperamos. ¡Figúrate la pobre! La pobre vería el cielo abierto. Primero por cómo estaba la noche y segundo porque la compaña siempre es compaña y cuando uno está así, medio tirao, se acerca uno hasta a un fuego ardiendo.

Así que sale La Tina a la calle, cierran la puerta los camareros preparar el local el día siguiente, me voy ella ayudarla a subirse al coche pero no por lo que te voy a contar ahora.

Y es que a día de hoy, te lo juro por lo que más quiero, todavía no sé quién me cogió del brazo y me metió pá entro del coche. Y como me metieron, a trompicones, salimos corriendo..., dejando a La Tina más tirá que un perro. ¡Qué pena más grande! Y eso que no tuve la culpa de pero...

Lo peor vino cuando la pobre se dio cuenta de lo que le estábamos haciendo. Se giró y empezó a echarnos maldiciones de colores; y el mundo riéndose y yo viéndola por el cristal de atrás; y cada vez más lejos hasta que se quedó en una mijita de en medio de la carretera. ¡Qué fatiga Santiago!

Pero dime tú qué podía hacer yo. ¡! Primero porque conducía uno que no había visto en mí vía, uno muy negro muy negro, y segundo que íbamos seis o siete metíos en el coche, cada uno de su pare y de su mare, a cuál peor.

Te digo de corazón que en otras circunstancias me hubiera bajao del coche quedarme allí con ella. No te miento y tú lo sabes. Luego hubiera llamao a un taxi y la hubiera acercao a su casa o donde tuviera su cama porque el mundo, así lo dice Dios, tiene derecho a una.

Pero pasó que no supe y punto. Y no supe porque por aquel tiempo iba de prestao como muchos andan todavía.

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