Ficción, realidad y naturaleza del odio

Vivimos rodeados de una violencia de difícil limitación que ya expone el insulto, la amenaza o la agresión directa como normalidad

25 de junio de 2025 a las 13:33h
Netanyahu con personas que han perdido sus casas tras los bombardeos de Irán a Israel.
Netanyahu con personas que han perdido sus casas tras los bombardeos de Irán a Israel.

Como si fuera “el enemigo” de Gila o la guerra de broma (drôle de guerre septiembre 1939-mayo 1940), Israel e Irán concluyen hostilidades bajo el patrocinio estadounidense y en plena cumbre de la OTAN, con un servil Mark Rutte que se jacta de sacarles los cuartos a Europa para alimentar la industria armamentística e intereses políticos del otro lado del Atlántico. Suena a pantomima orquestada avisar del “ataque” a bases en Catar e Irak como reacción a la operación Midnight Hammer, una auténtica demostración de propaganda y fuerza militar que sigue ampliando terminología de defensa a periodistas veteranos y neófitos tratando de no equivocarse en nombrar y explicar que es un B-2 Spirit o una Massive Ordnance Penetrator (MOP) GBU-57.

Donald Trump compareció con el vicepresidente J.D.Vance, el secretario de Estado Marco Rubio y el secretario de Defensa Pete Hegseth, en un cuarteto que se podría definir como una mezcla explosiva de frenastenia, testosterona rancia, mesianismo y prepotencia matonista…todo ello recordemos, producto de la fiesta de la democracia de su propia ciudadanía. En ese discurso presidencial y posteriores no han faltado las gracias a “dios”, insulto procaz si se le contradicen sus órdenes-caprichos y despliegue plenipotenciario como salvador de la humanidad e historiador aficionado (por lo visto hay que llamar a esto “La guerra de los 12 días” e ir pensando en el Premio Nobel de la Paz).

Su amigo “Bibi” Netanyahu ha campado a sus anchas en sus objetivos durante esta excursión, minimizando la relevancia mediática del genocidio gazatí, e independientemente de no saber hasta que punto el programa nuclear iraní ha sido afectado. Digamos que se ha sentado cátedra y advertencia de quién manda, no dejando de ser curioso (para los que somos abiertamente antirreligiosos), el pertinente auge fanático de la fe que bendice ésta y otras autocracias: el sionismo y su concepto de “pueblo elegido” se entrelazan en la identidad judía para perpetrar masacres selectivas sin pudor; el Islam en sus diferentes corrientes de irreductible carácter teocrático, garantiza la yihad y la barbarie de Hamás, Hezbolá, la represión y financiación del terror por parte del régimen de los ayatolás, o la decapitación de periodistas críticos y la rehabilitación de mujeres “desobedientes”, caso del príncipe saudí Mohamed bin Salmán; el cristianismo ortodoxo bendice la autocracia criminal y la “operación militar especial” de Putin en Ucrania; finalmente y en complemento recíproco, la saga protestante norteamericana asume literalmente el ”in god we trust” para ejercer imperialismo a destajo.

Faltaría el paquete espiritual en el gregarismo asiático (China, Japón, dos Coreas…), y rescatar el prusiano y luego nacionalsocialista Gott mit uns, o aquí el “Santiago y cierra, España”, para completar este pastel de irracionalidad mística. Dudo mucho que los fieles de estas religiones sean especialmente críticos con sus representantes en la tierra, pero creo que se les está haciendo bola justificar la aniquilación como forma de relación humana, especialmente cuando suelen vender sus respectivas entidades como remansos de paz y bondad.

Lo bueno de renegar de lo que se supone parte de tu cultura, es que te queda una formación impuesta que tiene sus utilidades para la reflexión, interesándome especialmente la idea de la culpa (un elemento esencialmente judeocristiano), como instrumento de juicio moral que en teoría llevaría aparejado el reconocimiento de la falta propia y la consiguiente petición del perdón al otro, cerrando un proceso de saneamiento idílico como colectividad. Simplificando…siempre hay una reacción a una acción primigenia, una injusticia que genera una respuesta, alguien que agrede y alguien que se defiende si lo considera oportuno. Ello y mal que le pese a la posmodernidad tardía y extendida no puede desembocar en el relativismo de las valoraciones, sino en la necesaria determinación de la justicia y la verdad como elementos de funcionamiento ético. En otras palabras, debería quedar claro qué causas son justas de manera objetiva, especialmente si por desgracia implican el uso de la fuerza, la violencia o la muerte.

Este contexto nos remite al iusnaturalismo y la propia filosofía del Derecho, con una habitual terminología que convienen desmenuzar por tender a la confusión en su parentesco: la legitimidad alude a un pacto implícito en la convivencia o consenso de valores comunes de una sociedad, mientras que la legalidad es la norma que establece la justificación de la primera mediante leyes y sistemas de enjuiciamiento y control. El problema es cuando retorcemos o se mezclan ambos conceptos (puede haber leyes no legítimas), pero no se alarmen por la aparente densidad del interrogante, porque es más sencillo de aplicar si lo ejemplificamos en casuísticas.

Digamos que los seres humanos hemos acordado que matar está mal y que no obstante, algunos de nuestros congéneres deciden hacerlo con conciencia de actuación, por convencimiento, provecho, maldad o perversión. En estas, usted se encuentra por la calle a Adolf Hitler en 1923, o mejor en 1933, o si tiene dudas sesudas...imagine que lo tiene “a tiro” en 1939 o 1941. Si le interesa un poco de historia, en la primera fecha el frustrado artista tiene ya una acción directa violenta (Putsch de Múnich), en 1925-26 publica Mein Kampf dejando muy claras sus intenciones, mientras que en los años 30 es el ascenso al poder y el comienzo de las hostilidades bélicas.

Pues bien, una opción sería la que pensó un carpintero originario de Suabia (Johann Georg Elser), que en noviembre de 1939 puso una bomba en la cervecería Bürgerbräukeller donde efectivamente iba a dar un discurso Hitler que extrañamente terminó 10 minutos antes, librándose de una explosión que se llevó por delante a ocho personas y decenas de heridos (Georg fue apresado y murió en Dachau en 1945); la otra opción podría ser el famoso Pacto de Múnich de 1938…un acuerdo formal entre AlemaniaReino UnidoFrancia e Italia, que bajo la idea de la contención diplomática, permitió la anexión de los Sudetes y propició los acontecimientos posteriores en forma de guerra mundial, millones de víctimas y exterminios masivos. Juzguen que es lo correcto.

Para el análisis he tratado de usar un paradigma consensuado del mal (aunque hoy hay cierta nostalgia emergente nacionalsocialista), pero en realidad me valen también paralelismos con Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Mussolini, Kim Il-sung o Idi Amin, que supongo también tendrían unanimidad de criterio…o no. En ese ranking podría seguir añadiendo especímenes como Augusto Pinochet, Francisco Franco, Leopoldo II de Bélgica, Saddam Hussein, Fidel Castro, Muamar el Gadafi, Jorge Rafael Videla, Bashar al-Ásad o Hirohito, pero estoy completamente seguro de que ya sí que estaríamos en un territorio donde no habría tanta aseveración acusatoria…tanto a izquierda como a derecha. Por añadir madera, si la acción violenta es la revuelta de Espartaco, el pronunciamiento de Riego, la toma de la Bastilla, la sublevación de Jaca o las manifestaciones y disturbios de Euromaidán…¿cambia la valoración?

Llegados a este punto, sería el momento de añadir valoraciones propias sobre protagonistas y gobiernos de rabiosa actualidad internacional: a mi juicio y entendimiento (cada uno que reflexione), solo que Rusia-Putin hable de violación del derecho internacional (Cf. Ucrania), Israel-Netanyahu muestre indignación por recibir ataques terroristas en un hospital propio con civiles y niños (Cf. Gaza y sus acciones), Irán-Alí Hoseiní Jamenei haga alarde de ser un país promotor de la paz (Cf. Los UAV Shahed suministrados a los rusos o derechos de la mujer), y USA-Trump se autocalifique como pacificador del orbe (sobran comentarios), da un pelín de risa-asco.

En plena escalada de rearme mundial (a ver si nos aclaramos si es el 2,1, el 3,5 o el 5% OTAN), las reacciones del resto de la comunidad internacional son titubeantes, temerosas e hipócritas según el color del cristal empleado. Cuando volvemos a comprar un nuevo décimo para el fin de la humanidad, “diplomacia” y “diálogo” repetido hasta la saciedad son cuestiones tan obvias como etéreas. Para sintonía, a la beligerancia facilona se le añade cierta ceguera progresista que hace distinciones sectarias a la brutalidad dependiendo si es Moscú, Teherán, Jerusalén o Washington D. C, cuando no entran en un pacifismo ilusorio como el caso reciente de colectivos en nuestras islas afortunadas, que proponen un “estatuto de neutralidad” para el archipiélago (sin problemas, mañana mismo desmantelamos el Arsenal de Las Palmas y sus buques, sacamos los F-18 del Escuadrón 462 y traemos a la península toda la Brigada Canarias XVI…espero la llamada de auxilio cuando aparezcan las tropas del monarca alauí).

Vivimos rodeados de una violencia de difícil limitación que ya expone el insulto, la amenaza o la agresión directa como normalidad. El salto cualitativo a la acción física es un tenebrismo en la que no debemos adentrarnos, pero es un hecho real y verificable en su potencialidad. Es absolutamente cierto y necesario generar templanza como virtud más deseable, pero en nuestra epidermis subyace un salvajismo natural fácil de emerger. Es sencillo…si decapitan a un ser querido delante nuestra…lo normal es que se genere una destrucción interna de valores que te convierta en una alimaña de extrema ferocidad, momento en el que se necesita la ética para filtrado y uso proporcional de la fuerza. Lo más paradójico de esta brutalidad intrínseca es que en ocasiones va parejo a la épica en forma de lucha justa y necesaria (usualmente desigual en proporción con el agresor), o se manifiesta como una negra disección de nuestra entidad genética.

Esa irracionalidad o heroicidad contradictoria no deja de tener un componente estético de extraña atracción, que la literatura y la creación audiovisual ha permitido indagar desde una disyuntiva de la distancia y la ficción-realidad. Hay múltiples ejemplos de estos análisis desde Conrad-El duelo-El corazón de las tinieblas-Apocalipse Now hasta Seven, American History X o la serie surcoreana El juego del calamar. Por ser capaz de sumergirnos en la noche oscura del alma, destaco el film La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023), donde el SS Obersturmbannführer Rudolf Höß, aparece como perfecto comandante de Auschwitz en una extraña convivencia entre familia y “trabajo” con una tapia ajardinada de frontera.

Reír y dormir con su mujer Hedwig, fumar un cigarrillo mientras tus hijos disfrutan de la piscina o un baño en el río donde van las cenizas humanas, o hablar de eficiencia con los empresarios fabricantes de los hornos crematorios, es compatible con el rugido de la chimenea que invade el ambiente-espacio de forma permanente. Quizás el muro que separa ese horror es el mismo que el de nuestras conciencias con la realidad de toda nuestra especie. Al hilo y desde la perspectiva de género, algun@s indocumentad@s que atribuyen la maldad en exclusiva al hombre blanco heterosexual cisgénero deberían recordar el papel voluntario de las Helferinnen como cuerpos auxiliares del régimen nazi. Además de ayudantes en tareas como la defensa antiaérea o la sanidad, fue fundamental su actuación como secretarias meticulosas en la guerra y el exterminio, como crueles guardianas de los campos de concentración, ayudando en el secuestro de niños con rasgos arios en las zonas ocupadas, participando en la organización del Lebensborn, o activas en procesos de eutanasia, eugenesia, esterilización forzada, infanticidios, reprogenética o abortos inducidos.

Termino con homenaje y cita al director de cine Sam Peckimpack, creador sublime acusado de convertir la violencia en pura poesía (puedo ver hasta el infinito The Wild Bunch, 1969). Detestaba profundamente la estupidez (coincido plenamente), y argumentaba justificando sobre su trabajo al compararlos con las tragedias de Eurípides, Sófocles, los violentos dramas de Shakespeare o las óperas del Romanticismo. Adjunto un par de alocuciones atribuidas a su verbo que son auténticas sentencias intemporales:

“Soy un verdadero apasionado de las guerras civiles y de las revoluciones, pero sobre todo porque quiero comprender por qué fracasan, por qué partiendo de ideales nobles terminan a menudo en enormes catástrofes”.

“Para hacerles ver verdaderamente la violencia a los espectadores de hoy, es necesario meterlos de cabeza dentro de ella. Todos los días vemos en televisión guerras, hombres que mueren, pero no nos parece real. No nos parece gente verdadera. Estamos anestesiados por los medios de comunicación de masas. La mayor parte de la gente no sabe cómo es el agujero que deja una bala en el cuerpo humano; yo quiero que lo vean”.

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