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Han sido dos años y el tiempo se acabó. En septiembre de 2015, el gobierno del reino de España se comprometió a acoger a 17.337 personas de las que estaban ubicadas en Grecia e Italia o en los campamentos de Jordania, Líbano y Turquía

Hay que recordar el contexto en que se produjo aquel acuerdo con el que España se comprometió. El verano de 2015 fue quizás el primero en que fuimos conscientes que los conflictos en Oriente Medio, particularmente la cruel guerra de Siria empujaba a cientos de miles de personas a huir de aquel horror. Fue cuando vimos con mayor clarividencia que Europa le dio la espalda a los sirios y a los afganos o iraquíes. Han muerto a centenares, a miles en el Mediterráneo. Han enriquecido a mafias que se lucran con las fronteras europeas, con pasaportes falsos, en barcos inhumanos para tratar de superar el muro que esta maldita Europa fortaleza ha construido. El muro de nuestras vergüenzas.

La reacción primera del gobierno del reino de España respondió a las claves con las que habitualmente trata la cuestión de las personas que huyen o buscan un futuro digno: el rechazo, la inhumanidad y el racismo institucional. Fueron clamorosas por insensibles las declaraciones del beato ministro del interior, el sr. Fernández Díaz, justificando en el paro o la llegada de pateras el mezquino regateo sobre 1.300 vidas. La propia vicepresidenta del gobierno el 31 de agosto de 2015 cerraba la cuestión: España no podía acoger a no más de 2.000 refugiados

La importante movilización de la sociedad civil europea, particularmente a raíz de la imagen del niño Aylan cuyo cadáver apareció en las playas griegas, obligó al gobierno a rectificar. Y en septiembre de 2015 allí donde tan sólo se podían acoger a 2.000, se podrían ahora reubicar a 17.377 personas del total de 160.000 a que se comprometía el conjunto de la Unión Europea.

No era un gran acuerdo, seguía siendo cicatero y miserable. ¿De verdad la Europa de 500 millones de habitantes sólo podía acoger a 160.000 personas de las más de un millón que habían llegado? ¿De verdad un país como España, con 45 millones de habitantes sólo podía acoger algo más de 17.000 refugiados en tanto que el empobrecido Líbano cobija en su territorio a casi un millón, que equivalen al 20% de su población? Pero incluso así lo celebramos: un paso que aliviara el sufrimiento, por corto que fuera, tenía que ser bienvenido

Nunca explicaron cuáles eran las circunstancias que habían cambiado en España para que el país pudiese acoger a 15.000 personas más. Y nunca lo explicaron porque nunca tuvieron la intención de cumplirlo. Cerrado el plazo, el programa de reubicaciones (refugiados llegados a Grecia e Italia) y reasentamientos (refugiados procedentes de campos de Jordania, Líbano y Turquía) solo ha acogido a 1.980 personas de las comprometidas, sólo un11% de lo acordado, a la cola de Europa, demostrando una vez más que este gobierno no tiene sensibilidad ni está a la altura de la crisis humanitaria que golpea en nuestras puertas

El acuerdo de reparto de cuotas tenía en realidad pocas posibilidades de que funcionara cabalmente porque se trataba en el fondo de un maquillaje ante la presión de los movimientos sociales agrupados bajo la consigna Welcome Refugees que prendió como la pólvora en toda Europa. Pero esa cruel e inhumana Europa Fortaleza no tenía ningún interés, el primero España, en cumplir lo acordado. Y lo demostraron de inmediato tolerando el bloqueo explícito de países como Polonia, Hungría o Eslovaquia, que han convertido la lucha contra la acogida en una verdadera bandera.

Y luego, y sobre todo, el acuerdo de externalización con Turquía por el que se vació de contenido material el derecho de asilo en Europa, impidiendo el acceso a la protección internacional a miles de personas. Este acuerdo ha supuesto una verdadera quiebra de los pilares éticos sobre los que dice construirse el proyecto europeo. Se trata de la subcontratación de la gestión del sistema de asilo de la UE para dejarla en manos de un país como Turquía, embarcado en una deriva autoritaria y represiva de ataques a las libertades y a los derechos humanos cada vez más pavorosa.

Y después han llegado los acuerdos con la siniestra Libia, que mantiene a miles y miles de personas en condiciones tremendas en los desiertos. O la prohibición de salvar vidas a los barcos humanitarios de las ONGs, porque si se salvan las vidas -dicen nuestros gobernantes- se produce un efecto llamada: mejor que se hundan en los mares.

No. Ciertamente no tenían intención de cumplir los ya cicateros acuerdos de acogida de refugiados ni se van a plantear actuaciones contra los países que no lo han hecho. Este gobierno inhumano y esta Europa nos avergüenza. Nos gustaría sentirnos orgullosos de Europa, pero nos avergüenza. Quizás seamos algo ilusos a estas alturas con la que está cayendo, pero todavía soñamos con una Europa de brazos y puertas abiertas al servicio de las personas y los pueblos.

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