La falsificación de la identidad andaluza: una máscara que sobrevive a Blas Infante y el 4D

Terminada la guerra civil, la falsa imagen de Andalucía elaborada por Ortega, se mantuvo durante los 40 años de dictadura, atravesó la Transición y recurrentemente es divulgada por las élites en la actualidad

26 de noviembre de 2025 a las 09:46h
La casa museo de Blas Infante en Coria del Río.
La casa museo de Blas Infante en Coria del Río. MAURI BUHIGAS

El 4 de diciembre de 1977, cientos de miles de andaluces y andaluzas, hartos de humillaciones y desprecio, cansados de que Andalucía fuese solo nicho de mano de obra barata que enriquece otros territorios y países europeos, salieron a las calles demandando el reconocimiento de Andalucía como una realidad nacional y con la misma consideración que las denominadas nacionalidades históricas. Aquella jornada tendría continuidad con el referéndum del 28F de 1980, en el que se aprobaría la autonomía al mismo nivel que las que más (“no como las demás, sino como la que más”, fue una petición muchas veces repetida).

Consciente del atraso económico de Andalucía provocado por el desarrollo desigual impulsado por las clases dominantes, con esa respuesta, el pueblo andaluz, además, se rebeló a la infame imagen que las élites españolas, incluidas las vascas y catalanas, han venido desplegando sobre la realidad económica y social, la historia y la cultura andaluzas para que el pueblo aceptara complaciente el subdesarrollo económico y social. Una falsificación que continúa aún en nuestros días.

La falsificación vino precedida desde el siclo XIX por la imagen tópica y caricaturesca que difundieron algunos viajeros románticos que recorrieron Andalucía a lo largo de ese siglo; pero la propuesta mixtificadora más elaborada sobre el pueblo andaluz y su cultura fue la realizada por el influyente pensador y filósofo Ortega y Gasset. El autor de La rebelión de las masas, que fue un intelectual comprometido e interesado por casi todos los problemas que le tocó vivir, tras uno de sus viajes a tierras andaluzas escribió en 1927 dos artículos sobre el hecho andaluz, que luego serían publicados conjuntamente como Teoría de Andalucía.

En el “preludio” reconoce la antigüedad de la cultura andaluza y, además, sostiene que se mantiene “invariablemente dentro de su perfil milenario”. Para sostener esa tesis y la facilidad con la que lo andaluz es identificable ante terceros y ante sí mismo, recurre a unas superficiales generalizaciones, carentes de rigor, acerca de la complacencia del andaluz en ofrecerse como fenómeno de espectáculo. Así, el principal rasgo que habría contribuido a facilitar la permanencia en el tiempo sería “el narcisismo colectivo”; que Ortega percibe en “la propensión de los andaluces a representarse y ser mimos de sí mismos” en una descripción más propia de un turista guiado por saraos flamencos que la del filósofo e intelectual que era.

Encuentra el origen de la singular cultura andaluza en “la amputación de lo heroico de la vida”, que para Ortega sería algo común a las culturas campesinas. Frente a las culturas campesinas, como la andaluza, Castilla fue una cultura bélica, de guerreros, y si la cultura castellana impuesta por los nobles es despreciativa del labriego, en Andalucía se ha despreciado al guerrero, y se ha estimado al villano. De ahí que Andalucía no ha opuesto resistencia a las invasiones, (“su táctica fue ceder y ser blanda” para luego seducir al invasor) haciendo de la paz norma y principio de su cultura. Aunque tenga algo de cierto que la paz como norma de su cultura haya podido estar presente en la historia andaluza, sin circunscribir estas observaciones a períodos y situaciones determinadas, parece, como poco, arriesgado atribuir estas características a la milenaria cultura andaluza. Pero más sorprendente y revelador de su pensamiento es apreciar la cultura guerrera como algo heroico.

Continúa el breve ensayo con el título El ideal vegetativo; y analizando los rasgos de esta cultura, Ortega afirma que es la “holgazanería” el principal rasgo de etnicidad. Según Ortega, esta “holgazanería” lleva el pueblo andaluz practicándola 4.000 años, y que esta ha hecho posible “la deleitable y perenne vida andaluza”; por lo que la pereza sería “su ideal de existencia”. Para Ortega, esta es la clave para comprender lo que es Andalucía: “la pereza como ideal y como estilo de cultura”; de manera que, sorprendentemente, reproduce ese vulgar tópico para plantearlo como categoría antropológica a partir de la cual explicar la cultura andaluza. Por ello, asevera, el pueblo andaluz posee una vitalidad mínima y, yendo más lejos aún, “vive sumergido en la atmósfera como un vegetal”.

Esta cultura de campesinos ha dado lugar entre los andaluces a la permanencia de un “ideal paradisíaco de vida”, que es, ante todo, “vida vegetal”. En definitiva, la raíz de su ser, del andaluz, es el “sentido vegetal de la existencia”. Y concluye con otra inverosímil sentencia: “este pueblo, donde la base vegetativa de existencia es más ideal que en ningún otro, apenas si tiene otra idealidad”: Toda una construcción de la identidad cultural andaluza realizada sin apoyarse en ninguna evidencia histórica ni observaciones que puedan mostrar la supuesta holgazanería como rasgo cultural propio de lo andaluz ni que la pereza, como ideal, se haya constituido como constante en la historia de la cultura andaluza, así como que dicho rasgo esté presente entre todos los andaluces y andaluzas.

La tesis de Ortega resulta aún más incomprensible al contrastarla con su obra. El filósofo estudió al “hombre masa” e identificó al aristócrata heredero o señorito satisfecho” como uno de sus tipos, una figura muy relevante en la estructura social y económica andaluza. Resulta llamativo que, teniendo esta figura ante sus ojos, Ortega no analizara su influencia y, en su lugar, optara por elevar el rasgo de la pereza a ideal cultural constante en el alma andaluza a lo largo de los siglos, incluso en épocas como Tartessos o Al Ándalus, con el absurdo de que este supuesto ideal estaría en la base del esplendor andaluz.

El historiador Díaz del Moral, profundo conocedor de la realidad social y económica andaluza y que mantenía una relación de respeto intelectual con Ortega (era mutua), le respondería poco después con la publicación de su magna obra “Historia de las agitaciones campesinas andaluzas”. No menciona directamente a Ortega en esa obra, pero sí lo haría en el prólogo a la 2ª edición. Ese prólogo es la edición de un artículo escrito en el diario La Voz en 1920 en el que planteaba una defensa de su método histórico empírico. Con esta nota quería mostrar la contradicción entre su método y la teoría filosófica de Ortega, que no era más que una elucubración falsificadora de la realidad.

Díaz Moral también conoció y mantuvo relaciones respetuosas con el político y pensador Blas Infante (notario como él). Aunque apenas hay comentarios o referencias en sus obras acerca de las tesis sostenidas por el otro (en el caso de Infante sólo unas notas en los manuscritos inéditos), las conocían, lo mismo que conocían las opiniones que tenían sobre la realidad social andaluza. En realidad, parece complementario el trabajo de investigación del historiador y los estudios del político andalucista.

Años antes de publicarse la Teoría de Andalucía, Blas Infante escribía y publicaba en 1915 Ideal Andaluz, con estudios y análisis bien documentados en una línea desmitificadora de tesis propuestas por Ortega. Más tarde, en 1931, continuaría Infante en “La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía”. Tampoco menciona directamente a Ortega, pero las referencias halladas en los manuscritos parecen indicar que en esta última obra estaba también contestando la falsificación de la identidad andaluza realizada por el filósofo madrileño.

Cuando analiza los tópicos que circulan sobre lo andaluz, como el de la holgazanería, Blas Infante no se detiene sólo en esa apreciación, sino que indaga en el porqué y dónde. Así, en Ideal Andaluz, estudiando las causas históricas del desigual reparto de tierras, de la acumulación y sus desastrosos efectos, tras el acaparamiento producido por la conquista de las tierras de Al Ándalus, sostiene que el aumento del valor de la tierra lleva a los capitales a la adquisición de terrenos, y el propietario tiene como motivo, además de la ganancia futura, “la comodidad de percibir una renta entregado al ocio más completo”. Mientras que el empleo de capitales en otra clase de negocios e industrias produce inquietudes y requiere la acción continua del propietario, “el empleo de capitales en la tierra no produce otra molestia que la de percibir la renta que, en el plazo convenido, lleva al arrendador el arrendatario”.

Esto es un poderoso estímulo de la adquisición de terrenos y de su acumulación en pocas manos. Con ello, Infante ha señalado el dónde y el porqué de esa supuesta holgazanería: la del señorito andaluz y la estructura de la propiedad de la tierra como causa. Esa es la razón de que en un momento determinado de la historia un minoritario sector de la población andaluza, los propietarios o terratenientes, vivan sumidos en la indolencia, y además “sometiendo a holganza sus terrenos o para fines de diversión y recreo”.

El señorito andaluz podrá saborear la vida con mínimo esfuerzo y regocijarse en el ideal vegetativo del que Ortega nos habla. Pero esa no es la manifestación del alma andaluza. Como nos advierte Infante en “La verdad sobre el complot de Tablada…”, de todos los andaluces, el menos andaluz es el señorito, y lo explica: “los andaluces menos andaluces, los señoritos de la ciudad, hijos o nietos de inmigrantes o de colonos de las planicies o montañas castellanas, asturianas o gallegas…”

Por tanto, generaciones descendientes de otras partes de la geografía peninsular son las portadoras de la vagancia como modo de vida y de carácter y que, en última instancia, es de Europa de donde procede y desde donde se ha extendido: “Europa vino a definir perfectamente, en su método, su historia guerrera y feudalista… La vagancia guerrera del primer feudalismo, pesaba sobre los siervos de la gleba… exactamente igual que hoy, durante la forma feudalista industrial, gravita sobre el obrero la nube de especuladores y de intermediarios”. El análisis y valoración sobre el papel de la nobleza y el espíritu que irradiaron tras la conquista de Al-Ándalus, es diametralmente opuesto al realizado por Ortega.

Una vez que Infante ha localizado el origen de la vagancia, del sector social de población al que podría etiquetársela con ella, la pregunta que habría que formularse es dónde se encuentra el alma andaluza, qué población es la propiamente andaluza y portadora de su cultura. En el análisis sobre la estructura de la propiedad y las consecuencias sobre la población trabajadora, dice Infante: “el propietario posee un poder absoluto sobre extensiones de terreno que constituyen la base de la existencia de muchos individuos y familias, poniendo, así, a merced del primero, la vida y muerte del segundo”. Esa es la población en donde reside el alma andaluza: en el grito desesperado de quien, sometido y alienado, lucha por la existencia, “con los jornaleros, con los campesinos sin campos, que son los moriscos de hoy; con la casi totalidad de la población de Andalucía; con los andaluces auténticos privados de su tierra por el feudalismo conquistador”

Pero, ¿por qué Ortega se ha detenido ante esa palpable realidad y no la ha penetrado? ¿Por qué el autor que pensaba acerca de las circunstancias históricas en las que se desenvuelve la vida de los individuos y que lo limitan no es capaz de ver lo que ha sucedido en Andalucía, con el pueblo andaluz, con cada individuo que lo compone? Aunque en la realidad andaluza estuviera presente un modelo de “hombre masa”, el del “señorito satisfecho” y, por tanto, la indolencia propia de este tipo de persona es la que lastrara el progreso andaluz, lo que resulta inaceptable en Ortega es que se confundan cultura milenaria, época, clases sociales e individuos.

El problema es que el pensamiento liberal se muestra conceptualmente incapaz de aprehender las estructuras sociales en las que se desarrolla la vida de los individuos. El liberalismo de Ortega, conservador y aristocratizante, aspira a que en el curso de la historia sean los mejores quienes ejerzan en la sociedad la función rectora. Sin embargo, en ningún momento contempla la formación social histórica de estructuras que bloquean las potencialidades de cada individuo y el libre ejercicio de sus facultades, que, de entrada, limitan el acceso a las condiciones materiales de existencia, al progreso de su comunidad o de su pueblo. Ni la estructura de la propiedad ni el caciquismo aparecen en la reflexión orteguiana.

Tampoco entra en consideraciones acerca de las circunstancias históricas de la escasa presencia de una burguesía emprendedora o clases medias. Su imagen liberal de Andalucía, le lleva a confundir un prototipo de “hombre masa”, el “señorito satisfecho”, con el carácter del pueblo andaluz, con su ideal milenario, y hace descargar la responsabilidad de las condiciones de vida miserables sobre lo propios sufrientes, atribuyéndoles una manera de ser que no se corresponde con ninguna evidencia empírica ni histórica. Blas Infante, por su parte, desde el pensamiento libertario que siente como andaluz y que asume desde el punto de vista teórico, ha podido profundizar en el análisis de la realidad social andaluza y apuntar al ideal hacia el que Andalucía debe caminar.

El 11 agosto del 36, ocho días antes que el asesinato de García Lorca, se produjo el de Blas Infante por las fuerzas franquistas. Terminada la guerra civil, la falsa imagen de Andalucía elaborada por Ortega, se mantuvo durante los 40 años de dictadura, atravesó la Transición y recurrentemente es divulgada por las élites en la actualidad. Con esa imagen asentada en buena parte de la población, los poderes centrales del Estado y las élites económicas pudieron mantener colonizada Andalucía. Sus manijeros en el poder de la comunidad autónoma andaluza gestionaron servilmente sus intereses en el territorio y adormecieron la conciencia de identidad andaluza. El 4 de diciembre de 1977, a pesar de la represión y el impune -hasta ahora- asesinato de García Caparrós, el pueblo andaluz salió a las calles. Hoy, 48 años después, siguen existiendo las mismas razones para volver a salir. 

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