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Llegó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, a pesar que muchos auguraban una travesía por el desierto… una madeja de burocracia que impediría su fuga en mucho tiempo, o al menos el suficiente para retractarse de lo dicho o promover una segunda consulta que incapacitase los resultados de la primera. Pero no ha sucedido así. Al contrario, ha sido el propio gobierno británico quien ha querido hacer gala de la archiconocida flema, para dar un paso adelante y poner en marcha ellos mismos la maquinaria de desconexión. Quizás sea por puro orgullo, por aquello de que, a pesar de los amplios plazos existentes, y frente a la amenaza de que Europa metiera prisa, “antes de que nos echen, nos vamos”.

Y luego ha venido la caterva de voceros correspondientes, conservadores e imperialistas como ellos solos, a despotricar sobre sus hasta ahora vecinos, sacando las vergüenzas ajenas para justificar esta dramática salida que afectará no solo a británicos establecidos en el continente, sino a europeos que trabajan y hacen vida en las islas. El conflicto de Gibraltar ha servido como válvula de escape para muchos, llegando a un nivel de lucha dialéctica, amenazas y demás técnicas, que nos retrotraía hasta épocas del Nodo y del águila en el escudo patrio.

Me temo que todo se deba a un efecto contagio que les ha llegado —corrijo, nos ha llegado— desde el otro lado del océano, donde Donald Trump ha acuñado un nuevo modelo de diplomacia internacional basada en las bravuconadas, la fanfarronería y la incontinente verborrea mediática. Ya sabemos que todo lo que nos llega de América parece marcar tendencias, y la política no iba a ser impermeable a estas directrices. Ahora queda saber cómo gestionamos nuestras diferencias. A la huida de UK, se une el crecimiento de la extrema derecha anti europeísta —que no “euroexcéptica”, no confundamos los términos aunque parezcan iguales—, y esa deriva de nuestros mandamases a hinchar el buche y mostrarse como palomos en celo, metiendo pecho al contrario.

O alguien pone un poco de sensatez en todo este asunto, o seguiremos avivando ese fuego empezado en Siria, que se propaga por Corea del Norte, y que cuenta con la colaboración del yihadismo que campa por Europa a sus anchas con la única intención de hacernos sentir vulnerables en nuestra propia casa. Sumen. Todos los factores conducen a una gran guerra, si no se le pone remedio. Y todo comienza por ser conscientes de que el problema existe, es real y amenaza la unidad de Europa, para luego desinflar el orgullo y tender la mano al vecino de siempre. Apagar incendios a soplidos nunca resultó eficaz. Mejor cojamos cubos y mangueras entre todos.

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