Eufemismos por doquier

La literatura española cuenta con incontables obras, cumbres y otras no tanto, que encuentran en el eufemismo una bandera que enarbolar

09 de junio de 2025 a las 09:32h
Una ilustración de Adán y Eva.
Una ilustración de Adán y Eva.

Piense en un callejón sin salida y luego medite sobre cómo salir de él. Los eufemismos son algo parecido. Subterfugios de perfil alto mediante los cuales obtenemos la oportunidad de escapar de situaciones tabúes o engorrosas.

Esto, aunque pueda parecer lo contrario, es algo que se remonta a tiempos inmemoriales. Si acudimos al libro más leído del mundo, la Biblia, desde el propio Génesis, la narración que nos traslada al Jardín del Edén, cuenta una historia en clave eufemística. Sí, ya saben: el árbol de la vida, Adán, Eva, el fruto prohibido y la serpiente. No es necesario ser demasiado avezado para caer en la cuenta de que el cronista habla en clave metafórica —pese a no ser lo mismo, se trata de un recurso bastante parecido al eufemismo—. En cualquier caso, podríamos afirmar que la finalidad es la misma: tomar la calle de en medio a fin de evitar situaciones embarazosas.

La literatura española cuenta con incontables obras, cumbres y otras no tanto, que encuentran en el eufemismo una bandera que enarbolar. Y hacen bien. Todo recurso literario es bien recibido, puesto que enriquece al compendio y nos hace más cultos. Díganme si no, que sería de “Cien años de soledad”, que en el propio título condensa la deliciosa capacidad de describir de manera sentimental y refinada la barbarie de la muerte y la violencia.

Otra cuestión muy distinta —y deleznable— es la que lleva a todos aquellos que tienen la sartén por el mango, a convertir el eufemismo en una escotilla por la que huir. O peor aún, considerar a los silencios como una oportunidad de escapar de verdades incómodas. Y de esto último, todos, tenemos mucha culpa. Piénselo por un instante, ¿en qué momento hemos normalizado inclinar la cerviz ante aquellos que nos mienten en la cara? Ellos, filibusteros y expertos en el arte del engaño, saben jugar con los tiempos mejor que nadie. Juegan con usted y conmigo… y lo hacen con la tranquilidad de saber que no hay nada ni nadie capaz de ponerles en su sitio. Es así de palmario y triste.

¿En qué clase de sociedad florero y servil nos hemos convertido para callar y tragar de manera compulsiva e indecente ante tanto desplante y atropello?

Desde que asumí la agradable tarea de elaborar estas columnas semanales, me prometí pasar de puntillas por ciertos temas, esencialmente los tocantes con la política. Primero por pereza, y segundo, porque prefiero mostrarme diametralmente opuesto a cualquier manifestación de poder que, por lo general, conlleva abuso y uso desmedido.

Por más que nos empeñemos en eludir ciertos asuntos, la candente actualidad lo pone muy cuesta arriba. Diría que resulta casi inevitable permanecer impasibles ante todo lo que acontece delante de nuestras narices y que, para mayor desgracia, se ha convertido en algo ordinario.

La desvergüenza es tal, que poco importa que a uno lo pillen con el carrito del helado. Al contrario. Contra más flagrante es el desaire, mayor es la cara dura. Lo que le sigue son, más silencios sibilinos, respuestas inconexas y actitudes altivas. O si no, que se lo digan a la fontanera más célebre y dicharachera de la semana.

¿Tenemos lo que nos merecemos? Puede que sí.

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