Yo puedo tener muy claro la conveniencia de consumir preferiblemente alimentos ecológicos, asumir el esfuerzo que esto supone en una sociedad en la que somos minoría, que te tachen continuamente de extremista, rara, inocente, hippy, colgada. Pero ¿cómo trasmitir estos valores a tus hijas sin que afecte a su autoestima y a sus relaciones personales? 

Durante  su etapa de bebés fue fácil. No opinaban. Si bien la lactancia materna en una época de supremacía del biberón también tuvo sus más y sus menos, mi niña y yo éramos felices en esos encuentros íntimos en los que yo le daba algo más que leche y ella me hacía sentir necesaria...Nunca hemos tenido tanta complicidad las dos como en esa época que duró seis años. Cuántas veces me recriminaron que le diera teta a una niña “tan mayor ", cuántas veces me dijeron que eso ya era vicio…Incluso en una ocasión, estando en el centro de salud esperando mi turno, se acercó un conserje y me ofreció una salita donde tener más intimidad para darle el pecho a mi hija. Estaba claro que les resultaba incómoda la situación, incluso para algunos sería hasta obscena, lo leía en sus miradas.

Las niñas dejan de ser bebés y poco a poco les introduzco otros alimentos que por supuesto, en buena medida son ecológicos…No hay problema, las niñas creen lo que les cuento, piensan que es la mejor alimentación para su salud y para el medio ambiente, pero inevitablemente llega el momento de la entrada en el colegio y  empiezan a tener relaciones de más horas con otros niños y niñas. Al tercer día, la pequeña ya me vino diciendo que no le pusiera más el bocadillo con el pan que yo hacía que las niñas se reían de ella y le decían que estaba “porío". A pesar de mis explicaciones de salud, de hablarles de los perjuicios de los alimentos con herbicidas, pesticidas…se lo llevaba a regañadientes y una mañana descubrí detrás de una gran maceta que tenemos en el patio de casa un montón de bocadillos tirados. Esos sí que estaban “poríos" de verdad. Así que empecé a perfeccionar mis bollos de pan para que se parecieran lo más posible a los convencionales y seguía explicándole las ventajas saludables de nuestra alimentación. Tampoco querían las magdalenas  que yo hacía porque no llevaban estampitas como las de sus amigas, así que empecé a liárselas en papel celofán con vistosos lazos y a veces les metía una estampita o un pequeño muñeco. Entonces en una tutoría me cuenta la maestra que mi hija intercambia su magdalena con la de otras niñas, todas querían sus magdalenas y ella las cambiaba para congratularse con sus amigas.

Conforme  las niñas cumplían años, la reticencia a los productos ecológicos era mayor, sobre todo de la pequeña. Pero una vez , en clase de conocimiento del medio sobre alimentación, la maestra habló de los alimentos ecológicos y  puso a mi hija de ejemplo. A partir de entonces se cambiaron las tornas y empezó a ser respetada y valorada por sus compañeras en este terreno. Ya en casa no se quejaba y aceptaba mis comidas y las apreciaba, incluso presumía de sus hábitos alimenticios con familiares y amigos y la sorprendía argumentando con  frases enteras que yo le había dicho de siempre y que pensaba que habían caído en saco roto. Además, esta etapa coincide con mi entrada de socia en la Cooperativa de producción y consumo de verduras ecológicas La Reverde, por lo que estoy muy motivada.

Y llegó la adolescencia. Cambio de colegio y de compañeros. Su necesidad de pertenecer al rebaño la predispuso de nuevo en contra de este tipo de alimentación y aquí estamos, en esta fase, esperando que pase, ahora que mi implicación con la Cooperativa ha aumentado, mientras me regocijo con la mayor, que ya independizada sigue en su casa las saludables pautas alimenticias que siempre he intentado inculcarle. 

Maite Moral, socia de la cooperativa La Reverde

 

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