Especial para otro alguien

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

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Yo tenía que nacer con frío, en febrero. Iba a ser catalán o catalana. Dentro de poco, cumpliría los 37. Habría vivido mi infancia en los ochenta y, como todos los niños a los que marcó esa maravillosa década, me habría reído cada tarde con Chicho terremoto hasta que se me saliera el batido de chocolate por la nariz. Los libros no se me habrían dado del todo mal. Estudiaría una carrera o un grado superior, tal vez un Máster, y ahora estaría trabajando o buscando un empleo mejor. Puede que me hubiera marchado fuera. Vivir un par de años en Argentina —creo que siempre me gustó Argentina—, aprender inglés currando en un bar de Birmingham, comer mal y morirme de risa en un piso de estudiantes, enamorarme. Enamorarme de verdad. Podría haber tenido un hijo, o dos o tres. Podría haber elegido no tenerlos. Podría gustarme la comida japonesa y odiar los pepinillos y el cine europeo. Quizás a estas alturas habría visto veinte veces Los puentes de Madison y otras tantas La vida de Brian. Tendría en la mesilla de noche un ejemplar bien ajado de Misery y otro de bolsillo de Sin noticias de Gurb. Sentiría especial debilidad por los viajes en tren y por la música indie. Me chiflarían los perros enormes. Yo podría ser alguien especial para otro alguien. Incluso es posible que un puñado de personas no pudieran vivir sin mí.

Quizás se me hubiera dado bien el atletismo —creo que me gusta correr aunque nunca lo haya probado—, amaría las películas de espías y las novelas de detectives. Sería bastante cabezota y un poco cotilla; incapaz de dejar de hacer zapping y de interrumpir las conversaciones de bar. Me gustaría más hablar que escuchar, pero me esforzaría por enterarme de lo importante. No habría venido al mundo para inventar la vacuna invencible, ni para salvar vidas o rescatar a montañeros atrapados —o tal vez sí— pero seguro que habría conseguido ser irremplazable para alguien. Seguro que mi abrazo habría podido iluminar la noche más oscura de mi mejor amigo.

 

He jugado muchas veces a imaginar el rostro de mi madre. Lo intento, lo invento, pero solo consigo hacerla emerger en mi mente a través de su voz. Ese sonido que yo escuchaba como algo mío es lo único que pude tener de ella. Quizás también me habría dado sus ojos, su barbilla, su manera de andar, su pasión por el café. Pero nunca lo sabré. En octubre de 1981, un individuo asesinó a mi madre cuando estaba embarazada de cinco meses. Le propinó un golpe seco en la mandíbula y le disparó directamente al cráneo. Murió en el acto. Yo tardé solo un poco más. Ese hombre tenía una relación con ella. Poco después la enterró en una finca de su propiedad. Esta semana, la Guardia Civil ha detenido al fin en Castellón al asesino de mi madre. A mi asesino. Yo podría haber sido especial para otro alguien. Yo hoy podría ser tú.

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