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Si la noche está clara, desde el Ferry que le traslada a uno a Ceuta es fácil observar la luminaria que recorre los montes que separan la ciudad de Marruecos. No hay que engañarse, no son luces de bienvenida: se trata de un imponente dispositivo adaptado al terreno para disuadir y rechazar a quienes se atrevan a llamar a la puerta. Sea cual sea el motivo por el que lo hagan, es indiferente. El dispositivo no entiende de esas cosas, simplemente rechaza y expulsa y si hace falta hiere o mata.

Ver esa doble valla de seis metros, con concertinas, con puestos de control, sensores, carreteras y despliegue policial, da un poco de pavor, hiela la sangre pese a que no se tenga intención de atravesarla.

Pasar por el paso fronterizo de El Tarajal y mirar con esos ojos que tiene uno para percibir y aprehender, es una experiencia verdaderamente inquietante. La frontera de Ceuta es una especie de microcosmos en el que confluyen concentradas buena parte de las fracturas que atraviesan y rasgan nuestro planeta. La desigualdad intrínseca y abultada entre el Norte y el Sur; las ansias de futuro de personas del África Negra que tuvieron que recorrer miles de kilómetros para tener su sueño al alcance de la mano sin poder atraparlo; la pobreza endémica del Norte de Marruecos; la falta de democracia de un régimen despótico que usa la gestión fronteriza como arma de presión política; la necesidad de miles de mujeres que tienen que portar diariamente decenas de kilos en circunstancias indignas para ganar unos euros; o que trabajan en condiciones de explotación severa, incluso de semiesclavitud, en las casas de la gente bien de la ciudad…

Pero, sobre todo, la frontera de Ceuta, paradigma de la Frontera Sur de España y Europa, es un espacio en el que los derechos humanos se convirtieron en papel mojado. Es un espacio sin derechos. Nuestro Gobierno ha convertido la gestión de las fronteras en una especie de kit-kat del Estado de Derecho. Allí no tienen cabida ni la constitución, ni la declaración universal de los derechos humanos, ni los convenios internacionales.

Han trascurrido bastante más de 25 años desde que se comenzaron a implementar por el Gobierno de España y por la Unión Europea, políticas de gestión migratoria extraordinariamente restrictivas y poderosamente represivas. Quizás porque Europa falazmente se ha enrocado en sus miedos, o porque ha cedido sin mucha resistencia a los gritos y exabruptos racistas contra los migrantes de la crecida ultraderecha. Quizás porque tenemos dirigentes mediocres incapaces de cuestionar el dogma del cierre de fronteras y rechazo de migrantes y refugiados y encontrar vías seguras para ellos, de forma más razonable y sensata que lo que hoy se hace. O quizás, peor aún, porque las políticas securitarias de control de fronteras son un enorme negocio en el que nadan enfangadas importantes empresas de nuestro país.

Esas políticas constituyen a poco que se las analice una auténtica guerra contra las personas migrantes y refugiadas. Desde APDHA no nos cansaremos en señalar que pese a todas las inversiones y despliegues policiales y militares, es una guerra que ha fracasado y que seguirá fracasando, porque es intrínseco al ser humano sortear cuantos obstáculos sean necesarios para intentar simplemente sobrevivir, para lograr huir de la persecución y el desastre de la guerra o sencillamente para correr, correr hasta encontrar paz, futuro y dignidad.

Cada vez que se reúnen estos hombres de negro que gobiernan la UE es para profundizar en el fracaso, lo que sería un poco ridículo si al tiempo, con sus crueles decisiones (como las del G6 reunidos hace unos días en Sevilla), no provocaran tanto sufrimiento humano y tantas muertes. Hay quienes dicen que se deja llevar uno por la visceralidad y abandona el análisis objetivo si se les llama criminales; no tengo duda de que al menos sus políticas lo son.

En la vorágine de la crisis política sin precedentes que vive esta España que nos toca sufrir (nos va a afectar a todos y todas y nada seguirá igual a partir del 1O y del 155), parece que fuera extemporáneo pararse a hablar de otras cosas. Pero eso es lo que haremos el próximo fin de semana la APDHA. Durante dos días unas jornadas -“Fronteras: espacios sin Derechos”- en la Casa de Iberoamérica de Cádiz, acogerán análisis, estudios y reflexiones sobre la situación en nuestra Frontera Sur tras más de 25 años de infames políticas migratorias. Hablaremos de cuestiones como las Mujeres Porteadoras, los Menores Extranjeros no Acompañados, las Vallas de Ceuta y Melilla, los Centros de Internamiento para Extranjeros, las políticas de muerte (tanatopolíticas) y sus consecuencias, la llegada de pateras a nuestras costas este año… Como abordará el profesor Javier de Lucas, en el fondo hablaremos de como Europa está naufragando en el Mediterráneo.

Nos paramos estos días a reflexionar en estas jornadas con gente de verdad comprometida en su acción diaria a favor de las personas migrantes y refugiadas, para poder seguir avanzando en la defensa de los derechos humanos convertidos en papel mojado en esos espacios sin derechos en que han convertido las fronteras.

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