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Todo sea por conseguir un cuerpo diez. Menos mal que dentro de nada estaré divina de la muerte.

Un día más entro en el vestuario. El frío es intenso y me coloco dos calcetines… bueno, quiero decir, uno encima del otro, porque dos calcetines es normal que nos pongamos todos. Aunque mi hijo Pablo, por ejemplo, se los suele poner de colores diferentes. Pero vaya, es que él está un poco loco.

Pues como decía… Me preparo para entrar en mi clase de Pilates, como cada lunes y miércoles. Mientras esperamos, comento con una compañera que eso de hacer ejercicio siempre exige forzar nuestra naturaleza, que en general es muy vaga para todo, y especialmente para eso de darle una paliza la musculatura. Ella es una mujer norte europea, de un país de esos en que hace frío, pero frío, frío; y no como aquí, que nos asustamos en cuanto el mercurio se acerca al cero, y armamos un tremendo jaleo con las alertas de todos los colores. Me da la razón. Hay que tener disciplina, me dice, muy seria ella.

Entro en la sala y busco una colchoneta donde colocarme. ¡Qué fastidio! Hoy nos toca el aro. No me gusta, pienso. Debe de ser porque salgo machacada. En el fondo no es del agrado de ninguna, aunque pocas se atreven a decir lo que piensan.  Nos tumbamos, mientras suena una música de fondo, pensada para crear un ambiente propicio, que nos ayude a estar tranquilas. Pero hoy, al tiempo que coloco mis manos sobre mis costillas, soy consciente de que no logro desconectar.

El frío no me deja centrarme en el aquí y ahora. Aquí hace falta un poco más de calefacción, me digo a mí misma. Esta chica, la profe, se piensa que está en Canadá, sigo pensando, porque no consigo ejecutar mis respiraciones correctamente. ¡Qué bien estaría yo ahora en mi camita, o sentada en el sofá, la mesa camilla y el brasero… Mmmmm  qué calentito… Cuando llegue a casa tengo que preparar la comida, pero hoy no pienso cocinar mucho. Pongo en la olla de lentejas con calabaza, puerro, zanahorias, patatas, tomate, pimiento, su cabeza de ajos, su hoja de laurel… en fin, todos sus avíos y lo dejo cocer, mientras me dedico a otros menesteres. 

Por cierto, que ya le va haciendo falta un repasito a los cristales, que casi no veo a la vecina de enfrente… ¡Vaya rollo! ¡Ah!, y tengo que llamar a mi hijo, que casi se me ha olvidado su voz. ¡Se podrán quejar! Si no los llamo, ellos, ni caso, a lo suyo. Pero bueno, menos mal que están bien, y que siga la racha, aunque lo del trabajo no acaba de resolverse y eso si me preocupa un poco. ¿Cuánto va a durar todo esto de la crisis…? La voz de la profe me saca de mi momento preocupación. Uffff… tengo que incorporarme, coger el aro, situarlo entre las dos rodillas, levantar las piernas y ¡halaaaaa!, a trabajar abdominales…

Bueno, todo sea por conseguir un cuerpo diez. Menos mal que dentro de nada estaré divina de la muerte.

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