Entusiasmo crónico

No tengo ni idea de cómo practicar el entusiasmo, aunque puede que la solución sea tener la sana costumbre de hacer cosas en las que te sientas un aprendiz, como alguna vez he escuchado por ahí

19 de junio de 2025 a las 17:15h
Una estudiante de Conservación y Restauración tratando otra de las pinturas.
Una estudiante de Conservación y Restauración tratando otra de las pinturas. MAURI BUHIGAS

Últimamente, me salen en las redes muchos vídeos de Nazareth Castellanos, doctora en Neurociencia y licenciada en Física Teórica que te aconsejo seguir. En una entrevista que le hicieron en un podcast hace poco, dijo una frase que no sé si es suya o estaba citando, algo así como que tener entusiasmo es llevar a Dios dentro.

Me estallaron la cabeza y el corazón al escucharla, porque esa frase resume algo que de alguna manera he intuido siempre, pero no lo asociaba yo a Dios ni a ningún otro ente divino.  Y es que hay gente que tiene entusiasmo crónico, y se nota. Hasta puede que sean más guapos y tengan menos ojeras que los demás, porque no se privan de lo que les da brillo.

Entusiasmarse debería ser como lavarse los dientes, natural y cotidiano. Da igual con qué o el cómo si el para qué está claro: vivir mejor y hacer la vida de los demás también mejor.

Hoy he cumplido cincuenta años y aunque algunos amigos mayores le quitan hierro, yo me siento muy sabia, para qué me voy a engañar. Si pienso en que hace treinta años, tal día como hoy estaba en el Aula Magna de Filología Inglesa aprendiendo Fonética, me parece mentira que haya pasado el tiempo tan rápido. Entonces todo era vivir el presente, soñar el futuro y dar poco pábulo al pasado porque apenas había. Y se me ocurre que a partir de ahora también podría vivir de forma parecida, añadiendo el entusiasmo como motor obligatorio de este coche ya vintage. 

Hace unos días veníamos de vuelta al colegio cuatro profesores con tres grupos del tercer curso de la ESO después de una jornada en el CAR de remo, y uno de mis compañeros y un alumno  hablaban como dos eruditos. Si no hubiera hecho tanto calor, les hubiera plantado un par de togas porque la charla parecía un mano a  mano entre Sócrates y algún maestro zen. 

A pesar de encontrarme arengando a las masas a lo largo de una avenida larguísima, logré posicionarme justo delante de ellos para no perder detalle de tan alta charla, en la que hablaban de que, según les había enseñado mi compañero, cuando falta la motivación hay que echar mano de la disciplina.

Y creo que es verdad, y que incluso para tener disciplina es necesaria una dosis mínima de entusiasmo. No creo que haya que levantarse cada día como un resorte, sintiéndote conectada con la Pachamama (yo desde luego lo he intentado y  no me funciona), ni mucho menos abusando de un buenismo absurdo que disfrace los reveses del día a día y los lleve a ser considerados meros pedruscos que un ente superior te pone para que seas mejor. 

Lo que me resulta diáfano es que tener valentía y ganas de querer avanzar precisan de una energía que tal como está el patio, o te trabajas tú, o te quedas a medio camino. Porque es difícil ser entusiasta cuando eres adolescente y vives pegado a un móvil en cuya pantalla aparecen imágenes de gente mostrando una forma de vida que es tan ridícula como imposible. O casi peor aún, eres adulto y vives igual que el adolescente. 

Hoy hablaba con otro alumno de mi tutoría (se ve que el fin de curso nos pone a todos los sentimientos a flor de piel) y me decía que estaba muy cansado de intentar tener buenos resultados y no llegar, que otros compañeros estudiaban la mitad y sacaban mucha más nota que él.  Le noté realmente agobiado, nervioso y desencantado consigo mismo. Hasta sus hombros caídos hacia delante parecían llevar el peso del mundo encima. Mientras hablaba me obligué a escucharlo, porque en mi mente ya tenía preparada la pregunta que quería hacerle desde que empezó la conversación: ¿Qué es lo peor que podría pasarte si tus expectativas no se cumplen? No hizo falta hacérsela, porque él mismo me y se dio la respuesta: “No sé si suspenderé  este curso, pero tengo claro que le he echado ganas y con eso me quedo”.  Entonces no pude más que admirarlo, por conocerse tan bien, por permitirse caer y por ser tan valiente de contarlo. Por sentir, soltar, estar triste, levantarse y seguir adelante, en este caso, con disciplina.

Me repito al decir de nuevo, que es difícil ser entusiasta con tanta comparación sistemática, pero no imposible. Este alumno me lo enseñó en una charla de poco más de una hora. No tengo ni idea de cómo practicar el entusiasmo, aunque puede que la solución sea tener la sana costumbre de hacer cosas en las que te sientas un aprendiz, como alguna vez he escuchado por ahí. Porque sentir que hay algo que te gusta y no dominas te vuelve humilde y la comparación es absurda. Igual sentirse absurdo sea el antídoto para tener ganas de ser mejor y echarle entusiasmo, disciplina y lo que haga falta.

Y según Nazareth Castellanos, puede que sea la mejor manera de llevar a Dios dentro. Y si no, al menos, serás consciente de que hay mucho aún por hacer, a los cincuenta, a los treinta y a los dieciséis.  Será por números…

Lo más leído