Clara tiene 15 años. Es una niña despierta, divertida, cariñosa, algo insegura a pesar de tener muchos amigos y una familia que la quiere y se lo demuestra. Aunque esa inseguridad que asoma algunas veces, cuando se mira en el espejo le gusta lo que ve. Su abuela Sole siempre le dice que es elegante y que todos los colores le quedan bien, y si su abuela lo dice seguro que es verdad, porque es modista y muy lista, entiende de todo.
Hace dos años empezó a jugar al voleibol en el equipo del colegio y han quedado en buena posición en la liga municipal. Lleva unos meses saliendo con Mateo, y está muy contenta. Bueno, estaba muy contenta, pero Mateo le dijo hace un mes que estaba dudando sobre su relación porque su ex le había hablado por TikTok y no tenía claro si seguir con ella o volver con su ex. Menos mal que la duda le duró una semana y Clara fue la elegida, ni se imaginaba estar sin Mateo. Esa semana fue horrible, estaba siempre triste y sus padres no la entendían. Solo su hermano mayor, amigo de Mateo, le dio buenos consejos y gracias a él su novio volvió arrepentido.
Ahora está mejor, el curso está a punto de acabar y ya ha empezado la temporada de piscina. Pero hay algo que le araña dentro, una sensación que no le gusta y que de vez en cuando aparece instalándose en el estómago. Dura unos segundos, los que tarda en reaccionar y volver a pensar en todo lo bueno que tiene y en lo pronto que llegarán las vacaciones.
El otro día se acercó a mí en el patio para preguntarme si podíamos hablar. Siempre es un placer charlar con ella, porque rezuma bondad por todos sus poros, así que le dije que por supuestísimo. Me contó que no terminaba de estar bien del todo, y que creía saber lo que le pasaba: aunque sabía que Mateo la quería y ella a él, tenía miedo de que volviera a dudar y acabara yéndose con otra, y no estaba segura de poder soportar eso. Recuerdo perfectamente sus ojos a punto del desbordamiento y sus brazos encima de su regazo, acunándose. Mi Clarita era la viva imagen del miedo y el desasosiego, y yo debía tener cuidado con mi respuesta para no herirle.
Cual señorita Francis escolar, le compartí un mantra que a mí siempre me ha ayudado: cuando vives algo que siempre te ha dado miedo, tienes un miedo menos. No sé dónde lo he leído, probablemente en Instagram, y es una de las frases que me tatuaría en caso de querer tatuarme alguna. Le intenté aconsejar sin mojarme demasiado, puesto que Mateo es otro alumno del centro y hay que ir con pies de plomo con la que está cayendo. También le conté que tener una autoestima fuerte es un seguro de vida y mil cosas más, intentando que tuviera claro que ella era la protagonista principal de su historia y los demás, secundarios, de reparto o simplemente figurantes, a su voluntad.
Debí acertar porque me dio un abrazo y se fue, creo, contenta. Pero al volver a casa, mientras conducía pensando en Clara , me vino a la cabeza la imagen en versión dibujos animados de una gran langosta , roja y apetitosa. Puede que el hambre de las tres de la tarde tuviera mucho que ver. A su lado, una tarrito pequeño con mayonesa. Como llevo cincuenta años conmigo misma entendí a la primera el mensaje subliminal que mi, a veces excéntrico inconsciente, me estaba mandando: ¿Por qué una langosta necesitaría mayonesa, por muy casera que fuera, para ser disfrutada? ¿Por qué mi Clarita, que es pura bondad y luz, necesitaría un aderezo como Matías, que es un buen chaval pero con el que no se siente en paz? ¿Por qué ha de tener miedo de que no la elija? ¿No sería, en realidad, mejor para ella? ¿Qué tendrá de universal el mal de amores que afecta tantísimo a niños, adolescentes y adultos?
Supongo que depende del momento vital, pero en general todos necesitamos un lugar al que acudir cuando nos sentimos cansados, alguien que te coja la mano y demás imágenes amorosas que llegan a mi cabeza con los filtros, de nuevo, de Instagram. Pero a pesar de que me siento extraña en esta sociedad donde triunfa el individualismo, siguiendo como siempre las líneas impuestas por la sociedad de consumo (sí, seamos sinceros: la individualidad conviene al sistema) reconozco que deberíamos ser conscientes de nuestra propia mano antes de agarrar o acariciar la del otro.
Ya por la noche, en el breve espacio de tiempo que va entre la última página leída y el viaje al país de los sueños (siempre me encantó la canción de Los tres cerditos, no lo puedo evitar), mi pensamiento volvió a Clara y a sus brazos, en ese gesto de autoprotección delicado. Ojalá sea tan consciente de sí misma que no dude en dudar de quien duda, y si eso pasa, tome como muso, por primera y espero que única vez a Trump y pueda decir sin miramientos: Yo, first.