La ensaladilla rusa del Bina Bar de Jerez.
La ensaladilla rusa del Bina Bar de Jerez.

No tenemos arreglo ni término medio. Vivimos en una sociedad que ve las cosas con ojos de una simpleza aterradora. Como si fuésemos incapaces de desenvolvernos en la complejidad de la vida. Lo reducimos todo al absurdo del blanco y el negro, al enfrentamiento de buenos contra malos, a mirarnos unos a otros como propios o como extraños. Ahora andamos inmersos en la rusofobia. Los rusos son malos, muy malos. Todos sin excepción. Tanto, que ha habido agresiones en nuestro país a personas que caminaban por la calle por el mero hecho de hablar ruso. En Sevilla ha sido apedreado el escaparate de un establecimiento de belleza donde trabajaban personas rusas.

El miedo a ser agredidos se ha extendido entre los rusos y hasta entre los residentes en España de países rusohablantes. Las redes sociales se han llenado de insultos y amenazas contra quienes se identifican como rusos. Hay niños que, influenciados por comentarios que oyen en sus casas y en la televisión, empiezan a identificar a los rusos como los nuevos "hombres del saco", los sacamantecas de antaño. Esto es grave. Muy grave y engañoso porque la realidad suele ser bastante más compleja y llena de matices de que lo nos queremos creer. No niego que millones de rusos pueden estar apoyando a Putin en su desgraciada aventura bélica contra el pueblo ucraniano. Pero me resisto a creer que todos los rusos sean ejecutores, cómplices o alentadores de los crímenes de guerra que el presidente ruso y su camarilla de oligarcas están cometiendo en Ucrania.

Rusia tiene 146 millones de habitantes. Con que hubiese una pequeña parte de esa población en contra de la guerra (seguro que la hay) sería suficiente para impedirnos juzgarlos a todos y condenarlos al desprecio o a la agresión. Sería injusto, aunque hubiese un solo ruso contra la guerra. El caso es que hay miles de rusos procesados por oponerse a la invasión. Viene a la memoria la periodista de la televisión pública rusa interrumpiendo el informativo de más audiencia con un cartel que decía "No a la guerra". Todo eso no vale nada frente a nuestra simpleza. Porque no soportamos la duda. El ser humano prefiere una certeza, aunque sea falsa, a la confusión o a la diversidad. El problema de esa gente es que la vida se compone de más dudas que certezas. Por suerte para todos, el mundo es más diverso que uniforme.

A cuento del acuerdo entre España y Marruecos, esta misma semana he tenido que oír comentarios del tipo de "No me fío de los moros porque si no te la dan a la entrada, te la dan a la salida. De los moros podemos esperar cualquier cosa porque violentos y tienen el cerebro comido por la religión. Los moros, qué etiqueta más socorrida para colgar nuestras frustraciones y fobias. No debe de haber muchas palabras de nuestro idioma más cargadas de odio como "los moros". Si damos por hecho que "los moros" son los musulmanes, en el mundo hay 1.700 millones de moros. Uno de cada cuatro habitantes del planeta tiene al islam como religión. Habrá mayor simpleza que descalificar a todos los musulmanes por el mero hecho de tener unas creencias diferentes.

¿Mil setecientos millones de musulmanes falsos, tramposos, fanáticos y violentos? ¿Los 2.400 millones de cristianos que hay en el mundo son leales, equilibrados y pacíficos? ¿Todos los rusos son culpables de la guerra de Ucrania? En el otro lado, ¿todos los ucranianos son angelitos? Por suerte, la realidad es otra. Como otra la visión que la mayoría de la población española tiene de lo que pasa en el mundo. A la conclusión que nos lleva esto no puede ser otra que una parte de nuestros paisanos son seres simples, carentes de la más mínima capacidad de raciocinio y empatía. Llamarles cavernícolas sería injusto con nuestros antepasados.

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