Flores. La falta de lluvias podría provocar que se adelantase la primavera
Flores. La falta de lluvias podría provocar que se adelantase la primavera

Escribió el pintor francés Henri Emile Benoit Matisse: “Siempre hay flores para aquellos que quieren verla”. Qué razón tenía o tienen, ya que los artistas no se van del todo, en hacernos ver con sus razanos que siempre hay un motivo para la ilusión.

Ellos nos siguen hablando a través de sus obras, ahí está Oscar-Claude Monet también. Cómo al entrar en sus series nos perdemos en el frondoso jardín de su casa en Gynerny, con sus estanques de nenúfares, puentes y múltiples flores impresionistas. Entrar y perderse por ese paraíso debió de ser una delicia.

Ahora les invito a perderse por el rincón de estas páginas. Desearía que aspiraran el olor de las flores y sintieran el frescor del patio que ilustra la imagen. Entramos en un remanso de paz y sosiego entre luces y sombras que caen del techo de parra.

Hojas de diferentes verdes y amarillos se cuelan por entre los rayos de un sol de tarde. Es hora de siesta, de ese cabeceo que dormita entre las páginas del libro abierto que descansa en mi regazo.

Los cuatro perros, Zyra, Lila, Tina y Darco, se tumban perezosos. De vez en cuando se estiran enredados en sus sueños o levantan la cabeza husmeando el entorno para enseguida volver a su siesta.

Aquí y ahora dejad que no exista la maldad, la política que divide, los ERTE, la muerte, el dolor…

El patio con su calma y explosión de color resulta excitante y tremendamente sensual. Se respiran olores a lavanda, es la época. A limones del limonero cercano. A rosas que parecen flotar a golpes de aire.

Las macetas se ven repletas de peperomias, clivias, geranios, margaritas y, regaladas por el jardín, palmeras, hibiscos, camelias y hasta un arce japonés. Y presidiendo la entrada a la casa ofreciendo su sombra al caminante, el enorme alcornoque. Majestuoso y adorable tronco que del árbol sale. Las encinas, las higueras aquí y allá pero ordenadas en sus tierras ocres y marrones.

Todo permanece en su sitio por algo y para alguien. Como las contraventanas y puertas pintadas de azul añil recordando las casas de Ashila en Marruecos.

Me levanto y piso un charco del suelo de baldosas recién regado. Se ve reluciente y de un rojizo intenso.

Dejo el libro sobre la mesa con mantel de hilo blanco bordado por mi madre. Una jarra de agua fresca, un cuenco de uvas y el jarrón de flores cortadas esta mañana completan el bodegón perfecto.

Verdaderamente, lo apacible del patio, de la casa y su campo inmenso de caminos que se extiende ante mis ojos, me devuelven el verano.

Sensaciones, olores, texturas, silencios, ladridos de perros que no molestan y un suave viento de solano hacen de la quietud felicidad.

Existe. A ratos, pero existe.

Está en nosotros. Solo hay que verla en los pequeños detalles que nos aporta la vida; en algunas personas, en los besos, caricias en el pelo. Estar con la persona querida y oír juntos el silencio.

En un vaso de agua fría bebido con sed de verano, ¡qué gustazo! En ese feliz instante que tus ojos se van entrecerrando por un sesteo de mecedora.

En la mirada fiel de un perro que reposa tranquilo a tu lado. Escribir, como ahora, y que el lector vaya imaginando el paisaje. Este rincón de un patio de Badajoz donde descansan limoneros. Donde la vista se pierde por entre alcornoques majestuosos y encinas aquí o allá.

Como la vida es breve hagamos los momentos fugaces en tránsitos eternos. Esa puede ser la felicidad. Hazme caso, estás a tiempo, no la dejes escapar porque mañana puede ser nunca.

Badajoz, 2 de julio de 2020.

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