El octavo pasajero

Aquellos que vendían pegatinas e insignias de Falange, y pulseritas con la bandera del pollo en la calle Ancha, son hoy concejales o delegados de algo. Ya estaban hartos de fingir que no eran tan de derechas

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

El octavo pasajero. Imagen del Valle de los Caídos, este pasado verano.
El octavo pasajero. Imagen del Valle de los Caídos, este pasado verano. MANU GARCÍA

Un misterio. Lo de la ultraderecha en este país es un profundo misterio. Cierto día, a los pocos años de palmar Franco, la ultraderecha se esfumó sin más. La sociedad española decidió que la extrema derecha no existía.

Después de habernos hecho la vida imposible, desapareció de la faz de la tierra.

Al menos lo pareció durante muchos años. Pero aquel fascismo ordinario, de bigotillo y mitad monjes, mitad soldados, nunca se disolvió. Nunca. Primero fue abducido por Alianza Popular y después por el Partido Popular.

Ahora ha reaparecido, en plan Alien, el 8º pasajero, en esta nave espacial llamada España. Se afeitaron el bigotillo de gobernador civil, se quitaron la mitad de la gomina, se sacaron los faldones de la camisa azul por fuera de los pantalones y de ser José Enrique, hoy se hace llamar Kike.

Aquellos que vendían pegatinas e insignias de Falange, y pulseritas con la bandera del pollo en la calle Ancha, son hoy concejales o delegados de algo. Ya estaban hartos de fingir que no eran tan de derechas.

Pero básicamente siguen pensando lo mismo, se siguen resistiendo al cambio del nombre de calles y estadios dedicados en su día a militarotes golpistas, a oligarcas detestables y a escritores doctrinarios y meapilas que fueron el sustento ideológico del franquismo.

Son, antes y ahora, refractarios al progreso y les interesa confundir la libertad con poder tomarse una caña. Antes eran integristas católicos y hoy, quizá por el achare que da esa antigualla, defienden el Diseño Inteligente. Ya ves tú.

Y son capaces de establecer una simbiosis entre la ferocidad del fascismo y la codicia neoliberal, que les permite justificar la desigualdad y la injusticia, con la misma chulería de siempre.

El oro de Moscú es ahora Venezuela y lo de rojo queda anticuado frente a la nueva denominación de origen: progre.

Tienen sus periódicos, sus canales de TV, y a las homilías de curas apocalípticos se suman hoy las catequesis de los predicadores ciberfachas.

En fin, que somos la única nación que nunca derrotó al fascismo. Y eso se nota.

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