Luces

Miras las luces y piensas en la cantidad de regalos inútiles, los anuncios de colonia, los gorgoritos de los niños de la Lotería o los cotillones con gente vestida para matar

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

Encendido del alumbrado de Navidad en Jerez.
Encendido del alumbrado de Navidad en Jerez. JUAN CARLOS TORO

La Navidad ya ha comenzado. Hay un mes por delante, así que paciencia. Lo digo porque la Navidad, lejos de despertarme el lado entrañable y sentimental, lo que me despierta es un lado incendiario que soy incapaz de controlar, pese a mi natural bondad.

No hay fiesta más amenazante que el fiestorro navideño. Mira los chinos lo listos que son y no la celebran. Por algo será.

Ya están las luces navideñas estimulando el consumo. Pero no son los comerciantes -sus principales beneficiarios- quienes las pagan, sino los ayuntamientos. Un misterio. Debe ser para que los munícipes se luzcan (perdón por el chiste malo). Así se ven reflejados en ellas: cuanto más kilovatios, más orgullosos se sienten. Es la incultura básica del patán.

Y mientras, las criaturitas que pagan las luces son tratadas como las gallinas ponedoras, a las que se les mantienen las luces encendidas para que no dejen de poner huevos. ¡Manda huevos!

Miras las luces y piensas en la cantidad de regalos inútiles, los anuncios de colonia, los gorgoritos de los niños de la Lotería, los cotillones con gente vestida para matar, las galas casposas de la TV, los cónclaves familiares de los que rara vez se sale ileso, el mensaje navideño del Rey, que es mejor verlo ya directamente ebrio, y el falsunerío de la amabilidad obligada en estas fechas.

Es Navidad y nos olvidamos de la realidad: asistimos a la desidia de una ciudad en brazos de un turismo que aporta especulación y pan para hoy y hambre para mañana, una ciudad que pierde habitantes y cuya mejor juventud emigra, una ciudad aletargada por el pensamiento gadita-idiotizante, sostenido por la impostura del oro cofrade y por el trampantojo carnavalero, ensimismado y ombliguero, cuyo centro de gravedad está en el Teatro Falla.

Pero con todo, lo peor es la utilización codiciosa y el asalto publicitario a los verdaderos protagonistas de estas fiestas: los niños.

Si se trata de pedir, pido que se deje en paz a los niños, que los Reyes Magos (y todos) abdiquen, que los pastorcillos de Gaza puedan vivir sin bombas y que los bancos dejen de fingir que felicitan a sus clientes.

Y si se me ha escapado algo en contra de la Navidad ha sido sin querer.

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