Hubo una época en este país en la que al adversario político se le metía en la cárcel. O directamente se le asesinaba. El adversario era el enemigo. Todavía hay quien añora esos tiempos.
Hoy, con la democracia -“plena” le dicen- se utilizan otros medios: las cloacas del Estado, la policía patriótica, los medios de comunicación comprados o las redes para fabricar bulos y calumnias. Lo mismo que antes, solo que después no hay que pasar la fregona para limpiar la sangre.
Esto no va de Pablo Iglesias, ni de Podemos, no: se llaman “operaciones mediáticas”, al servicio de innobles y antidemocráticos objetivos. O mejor dicho, conspiraciones criminales.
Esto tampoco va de Ferreras, de Cospedal, de Jorge Fernández Díaz, ni siquiera de Villarejo, porque junto a ellos cabalgan jueces, con sus nombres y apellidos, exministros y grandes empresarios, acostumbrados a salirse con la suya desde siempre. Sus silencios cómplices y sus apoyos a lo canallesco arriman la democracia a un espectáculo indecente.
La prensa también pone de su parte. De este lado no viene ni un reproche ético ni profesional. Solo silencio ante tanta arbitrariedad y tanto exceso. Se comenta que el periodismo ha muerto, porque los periodistas ya no escriben para sus lectores sino para el dueño del periódico. Sueldos, precariedad… Y es tan penosa la situación, que aquel periodista que quiera llegar a fin de mes debe transigir, amoldarse y tragar. Se llega a la conclusión de que no hacen falta periodistas sino héroes.
Sin embargo, hay otros que hacen el juego porque disfrutan enmarañando, agrediendo verbalmente al que incomoda, destrozando reputaciones o poniendo motes infamantes.
Aquí en mi ciudad el listón está muy alto. ¡Qué nivel! Manipuladores de baja estofa que, a lo sumo, buscan congraciarse con el poder local, mostrando su vileza y su inmoralidad.
Lo chocante es que el público persigue esa bajeza, ese marujeo, esas opiniones de cuñado, propias de Tele5, edificadas sobre la burricie, el rumor malintencionado y la frivolidad más gusana. Son los cobardes voceros de los que ya tienen voz.
Pero aún quedan periodistas, los que toman partido por la verdad y la ciudadanía. Y sin ellos no puede existir una democracia.
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