La caja de fotos

El tiempo la ha transformado tanto que es ya irreconocible, pero mi niñez allí fue hermosa y mágica

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

Dos personas fotografían la nueva fuente cibernética de Puerta Tierra de Cádiz.
Dos personas fotografían la nueva fuente cibernética de Puerta Tierra de Cádiz.

Crecí en Puertatierra, entonces territorio montaraz y soñoliento donde la gente se definía en relación al centro de la ciudad. Nadie decía que iba al centro. Mi familia, yo y todos los conocidos decíamos: “Voy a Cádiz”. Ir a Cádiz exigía ir pulcramente vestido, porque ibas a estar entre personas que no eran de tu barrio y te exponías a ser evaluado y sometido a los límites de la vergüenza.

Aparte de esta separación espacial, Puertatierra ofrecía otro tipo de alejamiento social. Junto a viviendas acomodadas, había casas bajas sin saneamiento ni agua corriente. Pero la distancia social y la injusticia quedaban sofocadas bajo el capote gris del franquismo.

Era un mundo diverso que aún hoy es el escenario de mis sueños. Sus gentes, sus comercios y sus desastrados descampados eran mi universo.

El tiempo la ha transformado tanto que es ya irreconocible, pero mi niñez allí fue hermosa y mágica. “El mundo está bien”, pensaba. A cada paso, un descubrimiento, que compartí con mis hermanos.

Mis hermanos y yo… Una sola frase, una sola palabra, nos haría reconocernos entre miles de personas en un estadio lleno . Códigos secretos a salvo de la corrosión de la edad. Y una caja de fotos, de aquellas grandes, de lata, que alguna vez contuvieron carne de membrillo de Puente Genil, con un santo en la tapa. Una caja de fotos que contenía la memoria gráfica familiar.

Fotos amarillentas y gastadas, abrir la caja de fotos suponía acceder a un tiempo mudo e inaccesible.

Ayer me llegó la monografía que un profesor, David Guillén, del Conservatorio de Música de Málaga, ha escrito sobre mi bisabuelo Angelo Pettenghi, músico sin demasiada fortuna que se ganó la vida escribiendo vodeviles y operetas, y dando clases de música. Pude poner rostro y vida a lo que sólo era un incierto recuerdo de “mi” familiar, que vivió en Milán, Lisboa y Málaga, y dejó este mundo en 1907. Puse cara a mi bisabuela, la francesa Madelaine. Todo muy remoto, como rescatado del Diluvio Universal, pero con los vínculos más tenaces que existen, más que los genes: la caja de fotos.

La caja de fotos. Yo era un niño y estaba convencido de que el mundo era un lugar al que la gente venía a ser feliz.

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