Detalle del complejo monumental del Valle de los Caídos. FOTO: MANU GARCÍA.
Detalle del complejo monumental del Valle de los Caídos. FOTO: MANU GARCÍA.

Para todas las personas que piensan que lo del Valle de los Caídos no tiene importancia. Cuando quieran y yo pueda, les invito a visitar conmigo la tumba de mi abuelo Alfonso Saborido en el cementerio de Jerez (que se llamaba como yo, o mejor dicho, yo me llamo como él, como muchos primos e hijos de primos míos). Mi abuelo era buena persona, sólo que estaba en un sindicato y cuando estalló la guerra un falangista le señaló para que lo mataran. Mi abuelo corrió por las calles de Jerez y un militar que le conocía, también buena persona, le ayudó a esconderse. Estuvo huido en una finca, torturado por un fascista malo, hasta que murió. Como era rojo no lo querían enterrar. Entonces aquel militar se apiadó de él otra vez, y lo enterró en su panteón familiar. Pero no tiene nombre.

Yo sé donde está, pero su nombre, el mío, no está escrito como millones de personas en España tienen en sus tumbas. Y mi abuelo tuvo suerte, porque sabemos donde está. Miles y miles de personas no saben donde están sus familiares. Ni de un bando ni de otro. Por eso el Valle de los Caídos es el mayor insulto que se puede hacer a las víctimas de la Guerra Civil española. Debe convertirse, a mi entender, en un sitio para la memoria de todas las víctimas y para que aprendamos que no debemos repetir esas historias (sobre todo, el bando que provocó la guerra).

¿Lo comprenden ahora? No es justo que el dictador esté enterrado como si fuera un faraón mientras los españolitos que al mundo vinieron y que Dios no les guardó, una de las dos Españas le heló el corazón con el frío de la muerte temprana y yacen en las cunetas de las carreteras de nuestro país.

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