En un banco mojado de Segovia

En los tiempos que corren, parece que hemos perdido casi toda esperanza de cordura. Por eso, buscando descansar o aligerar el espíritu de tanto horror y tanta mierda, uno aterriza en los temas mundanos esperando algo de sosiego y de paz

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Sonsoles Ónega posa con el Premio Planeta en sus manos, en una imagen del grupo editorial.
Sonsoles Ónega posa con el Premio Planeta en sus manos, en una imagen del grupo editorial.

En lo que fue primero un magnífico guion de teatro de albores de los ochenta, una mujer muy sabia puso en boca de su galán: “Concédame al menos el beneficio de la duda. No dé por sentado que soy imbécil”. Esta semana ─y por más de una razón─ he sentido que encarnaba a aquel personaje que paseaba de madrugada por las gélidas calles lluviosas de Segovia en febrero. He sentido que era yo quien besaba a aquella actriz, como en la mítica canción El cine de Mecano. He sentido que era yo quien estaba allí, dando la réplica a Ana Marzoa. Y es que he sentido que me tomaban por imbécil, por la imbécil más grande del planeta. Con un único consuelo, eso sí, el de saber que el dudoso honor no me pertenecía en exclusiva. Ya saben eso de mal de muchos…

Esta semana, envueltos como estamos en el horror más atroz imaginable, llorando por los muertos de Gaza y por el absurdo de un conflicto que dura más de siete décadas, todo es muy grotesco. Aunque el origen de la pugna israelí-palestina tiene sus raíces históricas a finales del XIX, sus causas no manan tanto de la religión como de la colonización sionista. Eso ya lo sabíamos. Lo que nos cuesta más comprender es cómo no tiene freno ni fin esta barbarie. Enclaves públicos bombardeados sin pudor, hospitales masacrados sin escrúpulos, cooperantes y voluntarios desaparecidos o difuntos, y cadáveres que se apilan mientras las excavadoras de obra van levantando tierra para sepultarlos donde sea. Y todo ello mientras se secuestran civiles, se asedia a los prisioneros con cortes en el suministro de agua y luz, y no se respetan ni los más exiguos principios del derecho humanitario. En esa clase de mundo tenemos que vivir. Ese sí que es el verdadero mal de muchos. 

En los tiempos que corren, parece que hemos perdido casi toda esperanza de cordura. Por eso, buscando descansar o aligerar el espíritu de tanto horror y tanta mierda, uno aterriza en los temas mundanos esperando algo de sosiego y de paz. Y es ahí, amado lector, cuando me he dado de bruces con las frías calles mojadas de Segovia. Esta semana hemos asistido a un arsenal de elogios hacia la flamante ganadora del premio Planeta.

No es que la trayectoria de este galardón resista muchas miradas de cerca sin caer en el sonrojo, pero ahora ya las caretas ─si es que quedaba alguna─ se han ido todas al suelo. Resulta que entre las 1.129 novelas presentadas, la mejor ha resultado ser la que lleva el nombre de una presentadora de éxito de la cadena de televisión cuyo dueño es la editorial que concede el premio. Todo ello, siguiendo un escrupuloso proceso de arbitraje anónimo ─recalquemos el anonimato por supuesto─ y lecturas concienzudas. Y ya está. Hay gente que es buena y famosa y la mejor en distintas disciplinas y punto. Y hay otros a los que, por lo visto, no nos están concediendo el beneficio de la duda. Qué frío se le pone el culo a una en un banco mojado de Segovia.

Entre arsenal de bombas y arsenal de mentiras, cuesta recobrar el juicio. Cuesta querer si quiera mantenerlo en pie. Cuesta no pensar en los 2.750 muertos que van ya en la Franja de Gaza. Cuesta no pensar en los 1.128 imbéciles anónimos que escribieron una novela.

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Comentarios (1)

Jorge Hace 6 meses
¡¡Ella no quería, oiga!! ¡¡Ella no quería, Onega!!
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