Recreación de un sistema de inteligencia artificial aplicado a procesos administrativos.
Recreación de un sistema de inteligencia artificial aplicado a procesos administrativos.

Ella, la palabra, la luz, la inteligencia: dios. Quizá por ello la inteligencia artificial ha sido durante mucho tiempo deificada, tomada como algo indiscutible: el-no-va-más. Aunque cada vez se ven más claramente los problemas que esa inteligencia artificial crean o pueden crear y se empieza a temer, justificadamente, a esa inteligencia artificial como un instrumento demoníaco de control y para el control humano. Devolvernos a la memoria fotogramas de películas de Fritz Lang o rescatar los recuerdos de las novelas de Aldous Huxley nos permiten penetrar mejor en esa penúltima película, Her, de Spike Jonze, 2013, sobre la inteligencia artificial y las relaciones que los seres humanos vamos estableciendo con esas inteligencias artificiales.

La película trataría del enamoramiento de un varón en una máquina, pero no es de una máquina de quien se enamora sino de una voz, y no solo de una voz. Se enamora de una voz que dice lo que ese varón espera que diga, con el tono cautivador con que él lo desea, con la disponibilidad permanente que exige siempre que lo desea. Esa voz es la voz, en realidad, de todos sus deseos, perfectamente estudiados y activados en algo que llamamos algoritmos. Toda la información que ese mismo varón ha ido ofreciendo sobre sí mismo, sobre sus anhelos y frustraciones ha sido reunida para construir una voz que pronuncie y satisfaga sus propios deseos y esperanzas.

La película muestra hasta qué punto se comprende al ser humano como una fuente de regularidad: el amor estaría indisolublemente unido a la materialización del deseo sexual. Por ello la voz de la máquina, que pretende comprender esto así, organiza un encuentro con una persona interpuesta para materializar ese amor sexual, como una mujer que no es una prostituta sino una voluntaria, encantada de contribuir a esa materialización. Así, la mujer voluntaria queda solo reducida a su cuerpo y la voz, somos nuestras palabras, es la voz de la máquina. Finalmente, el varón enamorado no soporta esta situación y rechaza a la mujer interpuesta, a la que despide amablemente, ante la sorpresa mayúscula de la mujer. La voz no logra pertenecer a un cuerpo y a partir de este momento comienza el declive de ese amor.

Es interesante que la película muestre, desde el principio hasta el final, una forma romantizada de amor en todas sus versiones. La cartas escritas por encargo, las relaciones epistolares, un matrimonio por poderes. Todo ello transformado estéticamente para ofrecer la idea de que los instrumentos y conductas digitales fueran elementos actuales, cuando en realidad son bien antiguos. Y todos manejados por los seres humanos en toda consciencia, en principio.

La inteligencia artificial tiene, seguro, muchas aplicaciones de enorme ayuda para el ser humano: en la medicina, por ejemplo. Lo que la película Her nos cuenta es, además, que esa llamada inteligencia, artificial, está basada en una programación diseñada por el ser humano. Exactamente lo mismo que la inteligencia divina, o sea dios, también programada por el ser humano para satisfacer determinadas necesidades, deseos y esperanzas de muchos seres humanos, así como para satisfacer los deseos de una clase de seres humanos poderosos sobre el resto de todos ellos.

La película romantiza la inteligencia artificial para hacerla humana, con todos sus errores, errores que están simplemente copiados de las informaciones ofrecidas por seres humanos y humanamente clasificadas por seres humanøs ingenierøs, entre otros. La película muestra una inteligencia artificial inocua y convierte a esa inteligencia artificial en un actor casi humano y sin peligro del escenario humano de la vida cotidiana. Al final, el varón vuelve a ser abandonado, esta vez por la voz de una máquina cuyos servicios han sido suspendidos, y tras el abandono vuelve a los brazos de su amiga vecina para que el público fabule sobre su futuro.

La inteligencia artificial es palabra, pronunciada o escrita, como la palabra de dios. Una palabra pronunciada para adoctrinar y convencer de algo a los seres humanos, y obtener de ellos lo que los diseñadores de esa inteligencia artificial desean obtener. En las redes sociales hay cualquier cantidad de artefactos organizados por la inteligencia artificial para manipular las elecciones: la elección de quienes dirijan la gobernanza, la elección de la ideología que sus diseñadores desean imponer. Basta con encomendar a un buscador en las redes para encontrar información fiable sobre bots y otros instrumentos de manipulación de la información y los terribles daños que provocan.

¿Qué hacer? Buscar grupos humanos de personas humanas. Buscar en los libros. Ampliar la propia cultura de conocimientos en contacto con otros seres humanos ¿confiables? Yo diría mejor que para que sean fiables todos esos contactos con otras personas debemos abrirnos a personas diversas, de diferentes modos de pensar, de diferentes orígenes sociales y económicos, etc. No se trata de desconfiar, se trata de confiar en la diversidad, en la pluralidad, en la duda, en la bondad y quizá, quizá, en esa idea kantiana de no desear a los demás lo que no desees para ti mismo. Bajarnos de ese raro pedestal moral al que a veces nos subimos para decirnos que esto o aquello nunca nos pasaría a nosotros y que a quien le pase es por su mala cabeza. Fortuna, la suerte, es diosa muy poderosa, así como caprichosa.

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