En la imagen, masacre en Melilla.
En la imagen, masacre en Melilla.

La Historia nos arrolla como un tsunami. Disuelve violentamente todo aquello que creíamos consolidado… nada resiste a su empuje. Buena parte de la Historia es la historia en bucle de pueblos que sucumben a regímenes autoritarios que, a su vez, son superados por pulsiones democráticas, y vuelta atrás para repetir la misma fórmula. Algo parecido pasa con el arte en general que, grosso modo, de la ortodoxia clásica pasamos a la corrupción de lo barroco y otra vez se inicia el ciclo. Los periodos históricos de paz acaban en guerras y las guerras acaban en paz esperanzadora… para recomenzar de nuevo. Todo parece un bucle inacabable, un eterno día de la marmota…

Pero otra parte de la Historia recurrente son las migraciones incontenibles de grupos humanos. Los pueblos del este colapsaron el Imperio romano en el intento de guarecerse bajo su amparo económico, cultural y militar… pueblos que a su vez huían de otros pueblos más belicosos. Las oleadas humanas son como la gota china, lenta, insignificante… pero horadan la roca más dura a fuer de persistencia.

Hace cuarenta años, cuando mis hijos eran pequeños, leí cosas que me dejaron cavilando un tiempo. Entonces ya se decía que jamás como en ese momento las ayudas al desarrollo de África eran tan cuantiosas ─ayudas bienintencionadas, sin duda─, pero por mucho dinero y voluntad que se emplearan en el continente, la demografía explosiva era tal que los africanos nacían ya condenados inevitablemente a la miseria. Es decir, los niños y niñas nacían sin control para morir irremediablemente de hambre, sed, enfermedad, guerra o miseria.

Siempre hemos sabido en occidente que las inmensas riquezas de África han sido expoliadas impunemente para nuestro propio beneficio (hoy se ha sumado China al banquete), que los inmensos recursos del continente no han repercutido ni repercuten en el bienestar de la población, que algunas migajas que dejan los explotadores caen en el bolsillo de dictadores, presidentes seudodemocráticos, señores de la guerra y similares, personajes que gestionan y protegen no a los pueblos, sino a los explotadores, los verdaderos amos de África. 

Decían los artículos y libros de hace cuarenta años que, dentro de medio siglo ─o sea, hoy día─, habría solamente en el norte de África (no se hacía referencia a subsaharianos) 50 millones de personas sin recursos y con la única expectativa de huir hacia Europa para sobrevivir. Y en esas estamos… el sistema capitalista que impera a placer en occidente convierte a los desesperados, que huyen de la pobreza y de las guerras, en violentos criminales que asaltan fronteras, en parias que no caben en el sistema y que deberían morirse sin molestar ni violentar nuestras conciencias de gente acomodada, limpia y decente. ¡Joder, es que no se enteran de que son unos desahuciados! Que no tienen sitio en el capitalismo neoliberal que manda en el planeta.

Son sobrantes humanos que no tienen encaje en la maquinaria capitalista. Y, para colmo, el fascismo rampante, que nos llega como otro tsunami incontenible, justifica el odio creciente a los migrantes. ¿Quién no ha escuchado eso de lo que hay que hacer es poner ametralladoras en el Estrecho y, patera que venga, taca-taca? No sé… Puede que siempre lo hayan pensado, pero ahora estos descerebrados lo dicen sin complejos y en voz alta. Al fin y al cabo, los gobiernos hacen algo parecido, ¿no? ¡Vaya mierda de mundo se nos viene encima!

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