Me parece a mí que, desgraciadamente, la codicia está radicalmente imbricada en la condición humana. Y me parece que esa codicia puede aflorar cuando cualquier imbécil toca una parcelita de poder que gestione un presupuesto. El corrupto lo es con independencia de los valores que diga poseer, con independencia de la ideología que aparente profesar, con independencia de las siglas que represente. Es una pena, pero, a estas alturas de mi vida, tengo asumido que pueden aflorar codiciosos en cualquier parte del espectro político, y menudo descosido nos provoca a todos. Porque la primera derivada es inmediata.
Lo primero que hacemos es identificar al codicioso corrupto con la ideología del partido al que pertenece. Es decir, por culpa de la codicia de Bárcenas, M punto Rajoy y demás receptores de sobres con mordidas (entre otras corrupciones), identificamos al Partido Popular como una secta corrupta. Y ahora, por culpa de Cerdán, Ábalos y Koldo (entre otras corrupciones) extrapolamos su indecencia al Partido Socialista Obrero Español. Y cada cual aprovecha la corrupción del otro para justificar su honestidad. Es el arma arrojadiza perfecta. Y esto supone un daño irreparable para todos, porque todos salen dañados. La consecuencia es que no solo los corruptos son corruptos, la consecuencia es que, en la percepción de muchos, todo el sistema político está corrompido. Y entonces, ¿cuál es la alternativa?
Las ideologías, esos sistemas de creencias que justifican valores determinados, no contemplan ni justifican corrupciones tipo Bárcenas / Cerdán. Por eso hace ya muchos años que personalmente tiendo a votar una ideología determinada, no a hombres o mujeres concretos, porque los hombres pueden fallar y fallan a menudo. Busco que nos gobiernen partidos (entendidos como un catálogo de sensibilidades) con ideas de las que se deriven políticas de solidaridad con los desfavorecidos de todo tipo, políticas públicas que humanicen el capitalismo y regulen las salvajes leyes del mercado. Voto a partidos que se enfrenten abiertamente al fascismo del siglo XXI... habló de enfrentarse a Vox y a buena parte del PP, teniendo en cuenta que Vox es una parte del PP con cuatro cubatas en el cuerpo, mondadientes en la boca y el codo apoyado en la barra del bar. Vox es un PP desinhibido y sin complejos, como decía don José María, el de las armas de destrucción masiva en Irak, créanme ustedes.
Pero, inevitablemente, todo lo que está gestionado por hombres puede caer en comportamientos codiciosos. Lo vemos en cualquier ámbito social. Y la aparición de estos vicios en los partidos políticos es gasolina para esa caterva de fascistas del siglo XXI que siguen instalados en las ideas más primitivas y tribales del ser humano. El fascismo es volver a lo más atávico de la tribu… es ponerse orejeras de burro y apelar a mi gente, mi territorio, mi pozo y mi trigo, mis fronteras, mi hembra, mi religión, mi dios, mi lengua, mis enemigos, los otros, mi tradición, mi identidad, etc. Llevamos los hombres la pulsión tribal en los genes, por eso es tan sencillo que el fascismo llegue con facilidad y se instale en los muebles mentales de muchos, sobre todo en los jóvenes que no conocieron la dictadura en España (y resulta patético verlos)… pero es que por encima de ese atavismo, que encaja perfectamente en lo tribal, tenemos que construir una coraza de civilización que nos eleve y dignifique. Y eso hemos estado haciendo desde que finalizó la II Guerra Mundial, y en España desde que murió el dictador, condenar el fascismo… hasta ahora, que vuelven a estar reivindicados los valores afines a Franco y Hitler.
¿Cómo coño es posible que vuelva el fascismo después de haberlo vencido? Pues, entre otros muchos factores, por la decepción que nos provoca la codicia de los bárcenas y cerdanes de turno, y por la percepción que emana de esto: que el sistema político que tenemos es un fiasco. ¡Cómo se deben estar regodeando los nuevos fascistas con todo esto! La corrupción de nuestros políticos es un desastroso baño de realidad… pero el fascismo es el fracaso de la civilización. Y es peor.


