Ilustración de Miguel Parra.
Ilustración de Miguel Parra.

Llamamos odónimo al nombre de una calle, de una plaza o de cualquier espacio público. Los odónimos tienen fecha de caducidad corta o, en todo caso, mucho más corta que la de los topónimos (los nombres de ciudades u otros lugares de la geografía de un país). Esto es debido a que los odónimos dependen estrechamente de intereses políticos que, como sabemos, son muy inconstantes. Conviene precisar que el cambio de odónimo tiene que ser validado por las instituciones correspondientes y que, en nuestro país, las decisiones institucionales están supeditadas a las providencias del partido político de turno. 

Los odónimos funcionan, así pues, como huellas de las intervenciones políticas en territorios públicos. No son simples nombres sino discursos que defienden valores ideológicos, concentrados en pocas palabras, generalmente en el nombre de alguna personalidad local. 

En estos días se discute en Jerez sobre la pertinencia de cambiar el nombre del IES Fernando Quiñones por el de IES Lola Flores. Redenominar un espacio público es más complejo que el acto (ya de por sí espinoso) de nombrar, pues la redenominación implica una maniobra de desbautizo y, por tanto, de cancelación de una cierta identidad del lugar. 

En el caso mencionado, la opción entre Fernando Quiñones o Lola Flores no conlleva retirar simbólicamente de la historia a uno o a otro personaje ilustre, pues ambos representan temas y tradiciones muy arraigadas en nuestra región, que no son excluyentes entre sí: el vino, la tauromaquia y el flamenco. Aquí se trata, digámoslo abiertamente, de reemplazar el nombre de un hombre payo por el de una mujer gitana. El desbautizo, en este caso, marcaría entonces una ruptura simbólica con el pasado patriarcal blanco de nuestra ciudad.

Un odónimo condensa un discurso, como decía más arriba; un nuevo odónimo debería, siguiendo esta lógica, representar un nuevo discurso. Pero elegir entre nombre de hombre o de mujer, entre nombre de payo o de gitana, en realidad no conllevaría construir un nuevo discurso, sino perpetuar el de la diferencia y la discriminación, sustituyendo alternativamente un polo por su opuesto.

Si las instituciones (los políticos) quisieran demostrar su disposición para hablar de una manera nueva, deberían abandonar para siempre jamás el empleo de la dañina conjunción “o” y sustituirlo por el empleo masivo de la conjunción “y”. ¿Por qué elegir uno u otro nombre para el IES Fernando Quiñones, cuando podemos tener los dos? ¿Por qué no llamarlo IES Quiñones y Flores? Sería un nombre que sonaría disparatado, pero bonito y, sobre todo, se trataría de un odónimo que diría algo por fin realmente nuevo en nuestra ciudad. Quiñones y Flores sería un primer paso para acabar con la vieja dialéctica de dominantes y dominados; sería una apuesta por juntar lo que parece injuntable: los géneros, las etnias, las artes.

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