Delgado como la sombra de aquel que fue un héroe en Lepanto y aquejado del mal de aquellos que saben de sobra que su hora está echada..., sólo puede permitirse mantenerse erguido sobre su silla de vieja madera -acaso menos desgastada que él y su memoria- delante de un escritorio sin pluma ni pergamino; frente a una noche sin más futuro que la de aquel rescoldo moribundo, que ahora crepita a sus pies, y que acabará alimentando la tierra de sus macetas a la mañana siguiente.

Alguien habla en la estancia contigua..., no sabe quién; sólo tiene la certeza que, de provecho, únicamente le queda morir y de paso, si Dios lo permite, convertirse en una de las ánimas que habitan entre las hojas de su Quijote para hacerse un hueco en la eternidad de su Purgatorio.

Se lleva la mano a la boca; de nada le sirve ya apaciguar su sed... ¡Qué lejos quedan esos campos de la Mancha! ¡Años que parecen siglos en aquel cuarto, sin espadas, que hace tiempo se entregó al silencio! ¡Qué lejos de Andalucía y de su escasa pero poderosa juventud!

Sobre su mano izquierda, aquella que hicieron añicos en una batalla de las tantas que exterminarán al Hombre, se posa la pequeña cruz de almendro que los trinitarios le entregaron nada más pisar tierras cristianas tras su cautiverio en Argel..., que hoy extraña y anhela ya que, por entonces, todo su cuerpo -que ya ni siente ni padece- era un vigoroso latido capaz de cualquier cosa.

Pero hoy no es capaz de nada..., ni siquiera de morirse. Lo siente en su lengua que le sabe a acetona, en sus ojos glaucos y en su mente de agua donde se confunden molinos de viento, caballeros sin honra y monstruos inocentes; lo palpa en su barba de cien años y en sus encías sin dientes que todavía son capaces, milagrosamente, de ablandar el pan que le sirven cada mañana en un cuenco de porcelana.

Todo terminará. Sabe que toda aventura tiene que tener un final para no quedar inconclusa y no verse obligada a vagar en el tiempo..., pero no sabe cómo culminar su obra vital; se limita a cerrar los ojos y dejarse llevar -tras soltar las riendas- por su caballo Rocinante que siempre olvida el camino que lleva hasta la muerte.

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