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¿Por qué nos negamos a admitir que una enfermedad pueda tener en ocasiones (no siempre) un origen emocional?

Se sacó Descartes de la manga la “glándula pineal” para intentar explicar la interrelación del cuerpo y el alma. Efectivamente, como había declarado la irreductible la separación de ambas entidades tenía serios problemas para poder explicar que un paisaje o una mirada  pudiera ocasionarnos (causarnos) un sentimiento de tristeza o melancolía. La glándula pineal era aquella parte del cerebro en la que se “espiritualizaban” los estímulos meramente físicos para que pudieran afectar a nuestra alma cuya naturaleza era sustancialmente espiritual. Una argucia metodológica para poder sostener el edificio racionalista y poder dar cuenta de la interacción entre el cuerpo y la mente.

La ciencia positiva del siglo XIX elevó a la categoría de dogma esta idea según la cual no se puede hacer ciencia más que de lo que se puede medir y pesar; es decir, de los hechos físicos. “Lo otro” (el alma, el yo, el sujeto) es algo sobre lo que no podemos tener un conocimiento científico. El psicólogo Skinner –pionero de la corriente conductista- declarará posteriormente que eso (el yo) es como una caja negra de la que desconocemos su interior. Sabemos los estímulos físicos y sabemos las respuestas físicas consiguientes, pero lo que sucede dentro de esa “caja negra” no lo podemos saber.

Viene esta entrada al caso de situarnos ante las llamadas enfermedades invisibles o enfermedades psicosomáticas para las cuales la medicina actual no tiene una explicación convincente. Y la gracia de todo esto es que el repertorio de patologías y sintomatologías que –en determinados casos- pueden considerarse “psicosomáticas” es prácticamente inabarcable: úlcera gástrica y duodenal, colon irritable, cefaleas y migrañas, eczemas y soriasis y diferentes enfermedades de la piel, dolores de vientre, mareos, vértigo, vómitos, hipertensión, hiperventilación, dolores crónicos somatomorfos, disfunciones sexuales, fibromialgias… Y es curioso cómo la medicina oficial despacha el diagnóstico añadiendo la coletilla: “producida por causas inespecíficas”. Punto y final. Es claro que con esta posición pseudocientífica el tratamiento únicamente pueda ser sintomatológico: pastillas.

¿Qué son causas inespecíficas? El reconocimiento de un desconocimiento. Y, además, el rechazo a admitir “lo psíquico” como causalidad explicativa del síntoma, es decir, el sufrimiento psíquico, la angustia, el miedo, el atrapamiento emocional… ante el cual el cuerpo del sujeto se rebela y expresa un dolor, una disfunción. ¿Por qué nos negamos a admitir que una enfermedad pueda tener en ocasiones (no siempre) un origen emocional?

Está ya universalmente admitido que el diagnóstico de una patología debe considerar las tres referencias que constituyen dinámicamente a la persona: el elemento biológico, el psíquico y el social. No solo para formular el diagnóstico adecuadamente sino para aconsejar en cada caso el tratamiento indicado el cual, por cierto, no tiene por qué ser siempre disyuntivo: o fármacos o psicoterapia. Y mucho menos monolítico: sólo fármacos.

En mi opinión, las personas que tienden a actuar de manera dogmática eligen lógicamente soluciones dogmáticas o monolíticas. Con desprecio de lo que  ya empezamos a conocer: que las enfermedades, trastornos y síntomas producidos por causas inespecíficas suelen tener causas específicas no biológicas. Estas soluciones son más tranquilizadoras porque exigen poco esfuerzo personal. Sólo que no se te pase la hora de la pastilla, la cual va a producir por arte de birlibirloque una sanación….que no termina de producirse.

Y todo esto sin contar con el sentido del síntoma, es decir, de la función que un determinado síntoma puede desempeñar en el sistema relacional en el que se origina y en cuya finalidad tiene cumplida explicación. Esto lo conocen los médicos de atención primaria, los maestros y educadores infantiles, las madres y todas las abuelas del mundo que saben –casi siempre- cuando un vómito o un dolor de barriga se produce por “miedo” o “para llamar la atención”. ¡Pero el dolor del niño es real! ¿De quién quiere y para qué quiere llamar la atención?

Las enfermedades psicosomáticas o enfermedades invisibles expresan un sufrimiento psíquico a través del cuerpo del paciente identificado. Pero con toda probabilidad ese sufrimiento estará anclado en su sistema relacional al que suele servir circularmente.

 

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