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Hoy sé que ciertos pueblos primitivos atribuyen cualidades mágicas a la abubilla, a la que consideran ave de buen augurio.

Desde muy niño uno de mis entretenimientos más apasionantes fue la caza con cepos -perchas o costillas los llamábamos- de aves insectívoras, que sentían una atracción fatal por el brillo de las alas de las "lúas" —"alúas" u hormigas aludas— que utilizábamos como cebo, y en cuya búsqueda y captura nos afanábamos cada otoño, azada en mano, a la llegada de las primeras lluvias. Gracias a esta actividad cinegética aprendí a distinguir y a conocer las diversas especies de aves y sus costumbres, y a utilizar en mi favor los elementos del entorno al disponer las trampas: la posición del sol, para que la incidencia de sus rayos hiciera brillar las alas de la hormiga aluda colocada como señuelo; la proximidad de árboles, charcos, matorrales o alambradas que frecuentaban los tontitos, las pitices, las pipitas. los pichirrubios o petirrojos, los carboneros y muchas otras especies.

La caza con escopeta estaba reservada para mi padre, quien nos fue enseñando poco a poco su manejo y las medidas de seguridad que con ella había que observar siempre. Solo cuando cumplí trece años me autorizó a utilizarla, y a partir de ese momento salir de caza con aquel arma de fuego al amanecer, por los campos próximos a nuestra casa, en Picadueñas, fue uno de mis placeres favoritos.

Una de las aves que más llamó mi atención desde la primera vez que la vi fue la abubilla. Su hermosa cresta de abanico, su colorido plumaje, su pico largo y fino, y su vuelo ondulante y pausado -como el de una mariposa grande-, ejercieron sobre mi curiosidad infantil una atracción irresistible. Aquel otoño tuve en el punto de mira de la escopeta, en varias ocasiones, a un ejemplar que merodeaba por las proximidades de mi casa y que parecía no asustarse con mi presencia. Solo cuando me aproximaba demasiado entonces alzaba brevemente el vuelo y se alejaba algunos metros, para volver a posarse en el suelo; y así una vez y otra. Yo no tenía intención de cazarla, porque sabía que su carne no era comestible, y porque desde el principio aquel pájaro tan hermoso, y tan dócil y diferente a todos, se me había revelado como una especie de bello aliado y amigo secreto.

Pero una mañana, después de haberle apuntado varias veces con el arma, que era mi manera de seguirla y observarla, mi dedo índice, sin que yo fuera capaz de dominarlo, apretó el gatillo. Se oyó el estampido del disparo, y el ave, tras dar un salto inútil, quedó tendida en el suelo. Me acerqué corriendo hasta ella preso de la emoción -aún recuerdo cómo el corazón me latía en las sienes-, y al recogerla me llené las manos de sangre. Estaba muerta y tenía los ojos abiertos. Era un ave preciosa. Aún hoy, casi 50 años después, sigo lamentando mi precipitación y torpeza. Por haber querido poseerla la perdí para siempre. Mi padre, apesadumbrado y al mismo tiempo deslumbrado por la belleza del animal, intentó disecarla, pero no encontró quien hiciera el trabajo. Desde entonces no he vuelto a cazar y en lugar de escopeta salgo al campo con prismáticos. Pero cada vez que veo a una abubilla -lo cual me sucede con asombrosa frecuencia- recuerdo con profundo arrepentimiento aquel episodio de mi infancia, y siento como si me quisiera transmitir algún mensaje arcano que no acierto a descifrar.

Hoy sé que ciertos pueblos primitivos atribuyen cualidades mágicas a la abubilla, a la que consideran ave de buen augurio. Según se cree protege contra el mal de ojo y exorcisa los sortilegios, y su sangre se utiliza para escribir encantamientos. Es símbolo de agudeza intelectual y sus ojos son capaces de descubrir tesoros ocultos. También, según una leyenda árabe, la abubilla es la mensajera del mundo invisible.

Cada vez que a lo largo de mi vida he malogrado algo por precipitación, por inconsciencia, o por haberlo amado demasiado, me acuerdo de aquella abubilla, de mi torpe afán por poseerla y de su sangre caliente en mis manos temblorosas. Aún no sé muy bien qué tesoro oculto me reveló aquel ave amiga. Seguro que se encuentra en algún lugar de esta pequeña historia.

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